“Rechazar la desposesión en nombre de la abundancia”. Así describe Karen Hao, autora del bestseller AI Empire, la resistencia de los movimientos globales a los avances tecnológicos. La frase resume la contradicción central de la inteligencia artificial: anuncia abundancia, promete revolución y, en la práctica, ha demostrado ser un juego con pocos ganadores.
El periodismo es muy consciente de esta realidad; su relación con la tecnología es compleja. Si bien ofrece muchas oportunidades, en los últimos años se ha vuelto estructuralmente dependiente. Hoy en día, los medios tradicionales y nativos digitales se han convertido en el eslabón más débil de un sistema controlado por plataformas como Google, Meta, TikTok y YouTube. Sus algoritmos deciden quién lee qué, cómo lo lee y durante cuánto tiempo. Controlan la distribución y la publicidad, creando un desequilibrio de poder que amenaza la propia supervivencia de la prensa.
Los Grandes Modelos de Lenguaje (LLM, sistemas de IA que comprenden y generan lenguaje humano) están agravando esta crisis. Basta con una sola pregunta a uno de estos bots para que un usuario, sin haber accedido nunca a la página de un periódico, reciba una respuesta completa: en efecto, una mezcolanza de noticias.
El impacto se ha descrito como un “apocalipsis del tráfico”. Modelos como ChatGPT captan la atención de los usuarios utilizando las noticias para generar respuestas, pero sin atraer audiencia a los medios de comunicación. Sin lectores, estos medios no tienen forma de generar ingresos.
El periodismo es un bien público, pero no es un recurso gratuito e infinito. Requiere inversión, tiempo, investigación y responsabilidad editorial. No es un simple resumen de hechos, como afirman algunas empresas de IA.
Al usar este contenido para entrenar modelos y generar respuestas actualizadas, las empresas de IA están creando nuevos productos basados en nuestro trabajo. Y dado que tienen un poder sin precedentes, incluida la capacidad de evadir la regulación, han optado por no pagar por ello.
Este debate no solo afecta al periodismo, sino a toda la lógica de la propiedad intelectual. Brasil ha sido pionero en este ámbito, impulsando la regulación de las grandes tecnológicas. El proyecto de ley de IA en el país fue aprobado en el Senado y se espera que sea votado próximamente en la Cámara de Diputados.
La reacción de Estados Unidos a estas medidas demuestra que se trata, sin duda, de una agenda comercial. Pero también política y diplomática. Hablamos de capacidad de acción, soberanía y democracia. ¿De quién es la información, después de todo? ¿Quién definirá los términos del debate público?
Al igual que The New York Times y otros medios, Folha ha presentado una demanda contra OpenAI por competencia desleal y violación de derechos de autor. Esto no implica hostilidad hacia la tecnología en sí. El propio Times firmó simultáneamente un acuerdo con Amazon que autoriza el uso de su contenido. El principio no es de antagonismo, sino de garantizar unas condiciones de negociación justas y equilibradas para que la IA pueda cumplir su promesa de ser una oportunidad.
Al mismo tiempo, si hablamos de interés público, si Folha o cualquier otro importante medio brasileño firmara un acuerdo de licencia individual, esta situación no se resolvería. Dicho acuerdo podría proporcionar un alivio financiero inmediato, pero diluiría el poder colectivo, debilitando el ecosistema en su conjunto.
Defender la remuneración del periodismo es proteger un bien público. Los modelos de IA se basan en datos de calidad, y una parte esencial de estos proviene del periodismo profesional, una fuente confiable de información, en particular por su responsabilidad legal sobre lo que publica.
Las empresas de IA lo saben. Usaron el periodismo como materia prima para entrenar sus modelos y continúan usándolo para mantenerse competitivas. Ahora deben hacer lo correcto: reconocer públicamente este valor y recompensarlo.
Por Paula Miraglia
Emprendedora social y de medios, fundadora y CEO de Momentum – Journalism & Tech task force; cofundadora y editora de Gama Revista; y cofundadora y exdirectora del periódico Nexo.
Fuente: Folha