El jueves 8 de junio se llevó a cabo la entrega del Premio Pluma de Honor, organizada por la Academia Nacional de Periodismo (ANP), en la Biblioteca Nacional. Este año, el galardón fue para el periodista rosarino Germán de los Santos por sus investigaciones sobre el narcotráfico, que publica habitualmente en La Nación y Aire de Santa Fe. Además, la entidad académica le hizo un reconocimiento especial a Graciela Fernández Meijide por su activismo en la defensa de los derechos humanos.

Ambos galardones fueron entregados por el presidente de la ANP, Joaquín Morales Solá, conjuntamente con Silvia Naishtat y Jorge Fontevecchia, también integrantes de esa entidad.

Del acto participaron los directivos de Adepa, Daniel Dessein, presidente; Martín Etchevers, titular de la Comisión de Libertad de Prensa; Luis Tarsitano, secretario de Organización; y Andrés D´Alessandro, director ejecutivo.

Compartimos a continuación el discurso de Germán de los Santos luego de la entrega del reconocimiento:

“Hoy en Rosario, donde vivo y trabajo, todos estamos amenazados. Periodistas, jueces, fiscales, maestros, médicos, curas, pastores. Empresarios. Parece exagerado. Pero no lo es. Todos amenazados por un poder que parece superior en fuerza y en acciones al Estado. Esto nunca había ocurrido en la Argentina en el período democrático. No estamos preparados en el país para enfrentar el crimen organizado. Y esto queda al descubierto en Rosario.

No tomamos dimensión de lo que ocurre, porque se cree que es un problema exclusivo de Rosario, como isla ciudad fuera una isla. Otros países de la región transitaron por ese mismo enfoque, se equivocaron y lo pagaron caro.

Hoy el crimen organizado y la violencia tienen un poder determinante hasta en lo electoral. Sucedió en las últimas entrevistas en Chile, ocurre con la crisis en Ecuador, inciden en Perú, en Paraguay, Brasil y Uruguay. La democracia está condicionada por estos poderes oscuros, y puntualmente el periodismo es uno de los más expuestos.

En medio de la campaña electoral en Santa Fe estas bandas criminales buscan generar  una conmoción mayor, con acciones que algunos especialistas catalogan de terrorismo urbano. Se produjeron ataques contra comisarías, escuelas, edificios judiciales, centros de salud, parroquias y contra medios de comunicación. Un nene de 6 años fue baleado en la puerta de una escuela.

Hacer periodismo en ese contexto atravesado por la violencia extrema tiene un alto riesgo. Profesional  y personal. Por eso también valoró el compromiso de los medios que publican esas tramas que se editan en el diario La Nación y en el Aire de Santa Fe. Nuestro rol  es revelar las historias que se quieren ocultar. Ponerlas al descubierto  y eso genera reacciones, algunas más visibles que otras.

En octubre pasado un grupo narco colgó una especie de bandera en la puerta de un canal de tv que decía: «Vamos a matar periodistas», la firma era un sello que empezó a irradiar terror en Rosario: «Con la mafia no se jode», el problema es que las amenazas se cumplen. Más de 3000 homicidios durante la última década lo confirman.

Semanas después atentaron tres veces contra la televisión del litoral de Rosario. Se descubrió que quien disparó contra el canal era un sicario al que habían ido a matar el 5 de marzo pasado cuando en esa acción se cruzó Máximo Gerez de 12 años. Ante la desolación de los familiares, gente de la comunidad Qom, saqueó  búnkeres de tranzas  del barrio llamado Los Salteños. Uno de ellos había atentado contra  un medio de comunicación por orden de un narco más poderoso.

La imagen de vecinos rompiendo las paredes para vengarse era la imagen de la desolación. Ese Estado fuerte del que se habla todo el tiempo  no existía en ese lugar donde más los necesitaban. 

En este nuevo mundo del periodismo, atravesado por las ventajas de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial que amenaza comerse todo,  había que estar en el barrio Los Pumitas para contar esa historia que nos desgarraba. Y eso no se puede hacer de otra manera que estando en el terreno. Pero tampoco alcanza. Porque para revelar las complicidades, que son la base de este problema, es necesario investigar esa convivencia que sostiene un negocio millonario.

Esas historias profundas guardan una paradoja que sirve para describir el fenómeno: pueden publicarse en cualquier sección del diario: en seguridad, en política, en economía o en sociedad y hasta en deportes. Esto muestra la complejidad de estas tramas que atraviesan todo. Porque necesitan mucho para seguir en las sombras.

Investigamos la banda de Los Monos cuando ninguno de los miembros de esta organización había sido condenado. Publicamos el libro junto a Hernán Lascano que nos llevó mucho esfuerzo y dedicación. Más de 300 entrevistas con fuentes que debíamos proteger porque corrían riesgo. Publicar esta historia  fue una decisión crucial en soledad.

La clase política nos enfrentaba y los narcos nos amenazaban. Pero estábamos convencidos de que iba a revelar una  historia que podía hacer visible un escenario que iba a empeorar. Hoy el líder de Los Monos enfrenta condenas por más de 100 años de prisión. Todo lo que publicamos fue ratificado con el tiempo en la justicia que tardó años en asumir el problema.

Exponerlo en Rosario es complicado. Yo estuve en dos guerras  en Afganistán y en Ucrania el año pasado. Los bandos están definidos. Son claros. Acá no. Las balas pueden venir de cualquier lado. Porque no son solo los narcos los que aprietan los gatillos.

Porque la violencia es un negocio. Por eso reitero que pensar que Rosario es una isla es un error conceptual. El problema expone la debilidad institucional que atraviesa la Argentina. Organizaciones criminales rusticas frente a un Estado aún más precario. La situación es límite en Rosario. El periodismo debe estar ahí para hacer una labor muy simple y maravillosa: contar lo que sucede y meterse en las profundidades de ese lado oscuro donde debemos darle luz. Claridad”.