En los últimos días, la libertad de expresión y la labor periodística han sido objeto de debate público.
El presidente, algunos funcionarios y numerosos militantes vienen reiterando una apelación al “odio” contra los periodistas que entendemos puede ser riesgosa para la sana convivencia democrática.
Sin duda la libertad de expresión nos incluye a todos. Desde el ciudadano común hasta el político más encumbrado, desde el juez hasta el acusado, desde el artista hasta el periodista.
ADEPA siempre ha defendido la libertad de expresión como un derecho de todos, tal como marca la Constitución Nacional.
A su vez, también hemos reiterado que el periodismo tiene una función específica en la sociedad.
Aunque algunos digan que es una mera actividad económica, las democracias liberales de Occidente le confieren un papel constitucional: examinar al poder, auditar la cosa pública, facilitar el acceso a la información, favorecer el debate argumentado.
No es un privilegio, ni siquiera una exclusividad. Cualquiera puede hacerlo y las nuevas tecnologías han bajado las barreras para ello. Pero hacer periodismo requiere más que repetir eslóganes, elevar la voz y multiplicar agravios.
El oficio periodístico está lleno de profesionales que se arriesgan en territorios tomados por el narcotráfico, que sufren represalias por desnudar la corrupción o un negociado, que se exponen físicamente para cubrir una emergencia o un hecho de inseguridad. Por ese trabajo, por esas caras, conocidas y anónimas, la sociedad puede tener una base común para el diálogo social y para abordar los problemas.
Como ha dicho ADEPA, nadie tiene infalibilidad. Los medios y los periodistas cometemos errores, y damos cuenta de ellos todos los días. La audiencia nos somete a prueba, nos exige correcciones y nos obliga a mejorar para volver a elegirnos. Ser criticados, debatidos y replicados es parte de nuestro trabajo. Y bienvenidas sean las nuevas herramientas que hay para auditarnos.
Pero una cosa muy distinta es apelar al odio. Un odio que ha sido dramático en nuestra historia. Un odio que es la antítesis de la convivencia pacífica. Un odio que por su propia definición invita a excluir al otro, llegando a augurar su desaparición, en este caso como profesión.
Pero el periodismo no va a desaparecer mientras alguien quiera que le cuenten lo que otros no quieren que se sepa. Podrán cambiar los medios, los lenguajes y las tecnologías. Podrán sumarse nuevas generaciones de comunicadores de los más diversos estilos.
Pero las audiencias seguirán buscando estar informadas. Y para eso estamos.
Buenos Aires, 7 de mayo de 2025.