Casi seis años después de Los Monos, Germán De los Santos y Hernán Lascano publicaron Rosario La historia de la mafia narco que se adueñó de la ciudad. En el primer libro, se enfocaron en contar la historia de la familia Cantero, que transformó a la ciudad en un centro neurálgico del narcotráfico. En el segundo, que salió hace apenas algunas semanas, el objetivo es demostrar cómo ya no es solo el tema narco el que preocupa a los rosarinos, sino que lo que se adueñó de cada rincón es una mafia.
Así lo cuenta De los Santos en una entrevista con ADEPA, donde explica acerca del proceso para escribir el libro y analiza el delicado momento que atraviesa su ciudad. Como un gran conocedor de esta problemática, el periodista comparte su opinión acerca de qué tan viable es terminar con esta mafia narco que rige como moneda corriente en todos los espacios de la vida cotidiana de Rosario, un problema que ya no es solo de seguridad, sino también social.
Germán De los Santos es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario y estudió en TEA. Empezó su labor periodística en El Ciudadano de Rosario y ahora es corresponsal para el diario La Nación. En 2015, 2022 y 2023 fue reconocido por los Premios ADEPA al Periodismo en la categoría Mejor investigación periodística. Este año recibió la Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo.
¿Cómo fue el proceso de escribir Rosario?
Desde hace más de tres años que estuvimos trabajando el libro. En un principio, armamos el esqueleto general, después fuimos afinando el índice y a la par realizando entrevistas y sobre todo investigando algunas cosas que nos parecían interesantes. El proceso de entrevistas y de acceso a la información fue también muy exhaustivo y nos llevó más tiempo del que habíamos previsto. Hicimos más de 350 entrevistas y accedimos a más de 100 causas judiciales en Rosario y en otras provincias también.
¿Qué querían contar?
A lo largo de este proceso, la idea fue ir depurando esa estructura para contar unas 30 historias. Lo que queríamos buscar era incluir en esos relatos sobre Rosario que habían aparecido nuevos actores sociales, nuevos protagonistas en tramas que tenían que ver con la narcocriminalidad directa o indirectamente y que el fenómeno de la violencia y de las actividades sobre todo mafiosas, que era lo novedoso que veíamos, se había expandido notoriamente en la ciudad. Era necesario contar este nuevo escenario que no habíamos alcanzado a reflejar en el libro de Los Monos, nuestro anterior trabajo donde nos centramos básicamente en un clan criminal como era la banda de la familia Cantero. Ahora lo que queríamos era amplificar nuestra mirada e incluir ahí nuevos protagonistas que se habían convertido en actores centrales del problema de Rosario.
En el libro reflejan eso, que ya hay una mafia instalada más allá del narcotráfico…
Lo que nosotros contamos en el libro Rosario es que todo el fenómeno que arranca con una matriz vinculada al narcomenudeo, al narcotráfico, que genera mucha violencia y que ya lleva más de diez años, se fue modificando en estos últimos años por los problemas propios que empezaron a tener los criminales, cuyos líderes en su mayoría están presos y fueron adaptando su negocio criminal a una estructura más relacionada a una mafia tradicional.
Se mezclan las dos cosas: por un lado, la recaudación por la venta de drogas que sigue por canales casi similares a los que surgieron hace diez años y, como una nueva unidad de negocios más relacionada con una mafia tradicional, las extorsiones y el pago de dinero por protección. Eso a partir de 2018 empieza a hacerse cada vez más fuerte y empieza a tener también otra incidencia en hechos de violencia, como balaceras o ataques al Poder Judicial, a comerciantes, a empresarios, que lo que busca es generar miedo para mantener un negocio. El negocio de la mafia no puede funcionar sin el miedo.
¿Hay vuelta atrás, es decir, hay forma de combatir los negocios de la mafia y el narcotráfico?
A lo largo de estos últimos diez años, el Estado no le ha encontrado la vuelta al fenómeno. Los grupos criminales a pesar de ser rústicos, elementales, muy marginales, van como un paso adelante del propio Estado que no definió una estrategia profunda ni viable a lo largo de este tiempo para mellar el poder de esos grupos que hoy se sustenta básicamente desde las cárceles.
Cuando asume este nuevo gobierno de Maximiliano Pullaro, lo primero que hace es apuntar a reagrupar a los presos de alto perfil, que es una especie de usina generadora del delito dentro de las cárceles, para enfrentar en una primera etapa o como en uno de los primeros capítulos el problema, porque ahí pasa gran parte de la vida y la muerte del fenómeno criminal.
En el libro comentan que el “don de mando”, esa obediencia que se da ante el miedo en Rosario, “no tendrá parangón en el país”. ¿Rosario tiene algo distinto que habilitó esta modalidad criminal o es todo perfectamente trasladable al resto del país? ¿O ya se está trasladando?
Lo que es propio de Rosario, y es un fenómeno que no ocurre en el resto de la Argentina, son los índices de violencia. Rosario llegó a terminar este año con 21 homicidios cada 100 mil habitantes, una tasa que es cuatro veces superior a la media nacional y se emparenta con países que sufren problemas con el crimen organizado desde hace mucho tiempo.
Eso te da la pauta de que el problema de la violencia hoy es en Rosario el principal sustento de los negocios criminales y sobre todo de esta nueva modalidad que surgió a lo largo de estos últimos tiempos que es la mafia.
No se ven otras modalidades en el país similares a esta donde se utilice la violencia para sostener un negocio. Sí, muchas veces en otros lugares la violencia es contraproducente para el propio negocio, como el narcotráfico, porque lo hace visible. En Rosario resulta como todo lo contrario, la violencia sirve para sostener el negocio porque es tan precario, tan rústico, que la sangre sirve para que los grupos criminales que dominan los barrios se sigan sosteniendo y sobre todo ese miedo que supura de esa violencia genera una renta importantísima, hoy más grande que la que sostiene por la propia venta de drogas.
¿Sabés si tus libros los leen los protagonistas?
Por supuesto, sí. Con Los monos en su momento surgió algo muy extraño. Los libreros empezaron a notar que los libros empezaban a desaparecer, y era porque iba gente a robarlos, era gente que quería leerlos también.
¿Por qué creés que es importante que se lea tu libro tanto en Rosario como en el resto del país?
Me parece importante porque el fenómeno que ocurre en Rosario, y sobre todo que ha crecido en los últimos años a partir de los problemas económicos y la crisis social que ha tenido la Argentina, es que la mano de obra de todos estos grupos criminales son sectores sociales completamente fuera del sistema, en su mayoría chicos jóvenes, que el único porvenir que tienen es subirse a una moto con una pistola en la cintura y eso les da poder dentro del barrio.
Eso se puede trasladar a cualquier barrio tipo conurbano de las principales ciudades del país. El fenómeno de Rosario empieza a tener mucha atención en otras ciudades. Por ejemplo, yo estuve en Montevideo hace poco. Están viendo que el fenómeno de crecimiento de la violencia en Rosario se está replicando en ciudades como la capital uruguaya, que tienen una estructura urbana similar a la de Rosario y que el fenómeno de la droga hizo que la aparición de la violencia empiece a marcar caminos similares.
¿Hay alguna instancia en la que se pueda frenar el fenómeno o que por lo menos es más fácil hacerlo?
Yo estoy convencido de que sí, en eso soy optimista. El problema es la propia realidad. En Rosario no es solo un problema de seguridad, sino fundamentalmente un problema social que atraviesa distintas cuestiones que van desde lo cultural hasta lo económico y que en eso tienen muchísimo que ver las complicidades. Lo que nosotros contamos en el libro, la connivencia y la participación de la policía como empleados de estos grupos, te va marcando la participación del Estado que después se derrama en complicidades en el Poder Judicial y en los sectores políticos, donde muchos de los actores han financiado campañas electorales con dinero que viene de este universo sucio.
Por Lucía Fortin