La investigación periodística de los cuadernos de Centeno desnudó una gigantesca trama de corrupción. Es una historia que se contó. Y que podría no haberse contado.
El jueves pasado, a las ocho de la mañana, el ex ministro de Planificación Julio de Vido se entregó ante la Justicia, en los tribunales de Comodoro Py, y desde allí fue trasladado a la cárcel de Ezeiza. Fue el inicio de la ejecución de una pena de cuatro años de prisión derivada del fallo de la Corte Suprema que dejó firme una condena por su responsabilidad en la tragedia de Once, el accidente ferroviario con 52 víctimas fatales que evidenciaron la letalidad de la corrupción.
Cinco años antes de la tragedia, el periodista Diego Cabot -junto a su compañero de La Nación Francisco Olivera– había publicado un libro que contaba la historia oculta del poder kirchnerista enfocándolo desde el papel que jugaba Julio de Vido. Hablen con Julio, ese era el título del libro, abriría las puertas, una década más tarde, al destape de la mayor maraña de sobornos de la historia argentina.
En 2017, una persona se acercó a Cabot mientras este entraba a su auto, frente a su departamento, en el barrio porteño de Belgrano. Se presentó diciéndole que era su vecino y que había leído el libro sobre el ex ministro kirchnerista. Ese encuentro fue el primero de muchos otros, en los que el vecino empezó a compartir información con el periodista sobre el entorno del ex funcionario. Los datos, terminó confesando, provenían de un chofer de Roberto Baratta, quien había sido mano derecha de De Vido.
Un taxi para llegar al poder
Muchos extranjeros se sorprenden, en Buenos Aires, cuando se topan con arquitectos, abogados o contadores que se ganan la vida manejando un taxi. La biografía de Roberto Baratta tiene un guion inverso. Siendo chofer de taxi encontró a Néstor Kirchner en un bar -antes de que llegara a la presidencia-, le pidió trabajo y, no mucho más tarde, terminó siendo uno de los funcionarios más poderosos del país. Un ejemplo de movilidad social ascendente. También de descenso moral vertiginoso.
Los privilegios pueden acarrear incomodidades. En octubre de 2017, el juez Claudio Bonadio libró una orden de detención contra Baratta por una causa de venta irregular de gas licuado (la especialidad de los taxistas suele ser la economicidad del GNL).
Esa detención impulsó al vecino de Cabot a contarle que su amigo, el chofer, le había entregado una caja misteriosa.
“Pandora papers”
El 8 de enero de 2018, el vecino le mostró al periodista la caja de su amigo. Adentro había CD, fotos, facturas de una marroquinería por compra de bolsos, ocho cuadernos y un anotador. En estos últimos, había una serie de registros que se iniciaban en 2005 y concluían en 2015. Una bitácora de movimientos de un monumental sistema de coimas.
Oscar Centeno, el autor de esas anotaciones, había consignado metódicamente cómo se trasladaban bolsos repletos de dólares desde hoteles, empresas y garajes a la Casa Rosada, la Residencia de Olivos y el departamento de los Kirchner.
Razones de un cronista volante
¿Por qué Centeno hizo todos esos apuntes durante una década? ¿Había en él un impulso justiciero, un reflejo de autoprotección, una estrategia para una eventual extorsión? ¿O había alguien que le indicaba que lo hiciera? ¿Y por qué el vecino del periodista traicionaba a su amigo? ¿Con qué fin?
Las preguntas se amontonaban en la cabeza de Cabot. Pero lo fundamental para el periodista era comprobar si lo que allí se consignaba era o no cierto.
Cabot logró que su vecino le permitiera llevarse la caja. La trasladó en su auto al diario y comentó su hallazgo con sus jefes directos, Fernán Saguier y José Del Río. ¿Qué es esto?, preguntaron. “Todo o nada”, respondió. Podía ser el mapa del mayor itinerario de corrupción imaginable o solo el croquis de un relato imaginario.
Los CD mostraban filmaciones con imágenes de la Quinta de Olivos, funcionarios reconocibles en una vereda céntrica, calles de la ciudad captadas desde un auto en movimiento. Todo acompañado por la voz del chofer Centeno mencionando cifras en dólares, nombres propios, fechas y otras precisiones.
Cabot invitó a dos jóvenes periodistas –Candela Ini y Santiago Nasra– a acompañarlo en la investigación. Fue el comienzo de largas noches de un trabajo puntilloso y silencioso en el que cotejaron los datos volcados en los cuadernos de Centeno.
Lo primero que hicieron fue verificar ciertos registros básicos. Las anotaciones solían incluir horarios, tiempos de recorridos, kilómetros entre un punto y otro (a fin de cobrar los trayectos), referencias sobre actos públicos. Todo coincidía con información pública o comprobable al reproducir esos movimientos. También lograron chequear información más sugestiva, como el ingreso del auto de Centeno a Olivos, revisando registros de acceso público.
Las principales referencias sobre el mundo empresario correspondían a cabezas o gerentes de organizaciones ligadas a la obra pública. Cabot se reunió con algunos de ellos y, mostrándoles que conocía datos extraídos de los cuadernos, logró que confirmaran que los movimientos consignados habían existido.
Barata, con una “t”
Poco después de que Cabot tuviera la caja de Centeno, la Cámara Federal de la capital dictó la falta de mérito a Baratta en la causa por la que estaba detenido y recuperó su libertad. La novedad impulsó a Centeno a pedirle al vecino de Cabot que le devolviera la caja con los cuadernos, que había dejado bajo su custodia. Cabot los fotocopió y se los devolvió a su vecino.
Después de ocho meses de trabajo secreto, Cabot y los conductores periodísticos de La Nación decidieron acudir a la Justicia aportando la investigación periodística sobre la que no se había publicado una sola línea.
El fiscal Carlos Stornelli, cuando conoció los primeros detalles del caso, le preguntó a Cabot si estaba seguro en avanzar y le recordó dos casos de denuncias contra el poder -el de Lourdes Di Natale y el de Alberto Nisman– que habían terminado en la frontera difusa en la que se mezclaban la hipótesis del suicidio con la del homicidio.
Cabot lo pensó unos días y, el 10 de abril de 2018, hizo la denuncia que abrió la causa por la que en estos días se juzga, entre otros, a Cristina Kirchner.
Barata, con una “t”, sería la muerte de Cabot, comentaron Stornelli y el juez Bonadio, frente al periodista, respecto de su posible destino. Pero también, a esa altura, era improbable, dijeron. “No se paga una muerte por venganza sino por silencio, y con la denuncia ya es tarde para lo segundo”, concluyeron.
El vecino y el chofer
A mediados de 2018, Jorge Bacigalupo -el vecino de Cabot- decidió contar su versión de las cosas a la Justicia mientras Oscar Centeno, el ex chofer de Baratta, era detenido y confesaba que todo lo que había anotado en sus cuadernos era cierto.
En esas horas, en las que la Justicia planificaba una inminente detención de una decena y media de implicados, la conducción periodística de La Nación, junto con los principales editores, planificaba una de las tapas más importantes del diario en casi un siglo y medio de existencia. No era un borrador más de la Historia sino la narración de una primicia que iba a estremecerla y, quizás, a transformarla. El grado cero de un terremoto.
El vértigo de los acontecimientos no permitió que la primicia esperara al papel. Fue la edición online de La Nación la que hizo estallar la bomba informativa. Minutos antes, Cabot llamó a sus tres hijos para decirles que a partir de ese día escucharían las peores cosas de su padre y para pedirles que, ante cualquier duda, siempre le preguntaran.
El primero de agosto de 2018, la Argentina tembló. Por primera vez, un extenso grupo de poderosos empresarios confesó su participación en un entramado de coimas con el poder. Alrededor de 40 imputados se acogieron a la figura del arrepentido o de imputado colaborador para atenuar eventuales condenas. Uno de los primeros en quebrarse fue el tucumano José López, ex secretario de Obras Públicas. Luego, testaferros que ofrecieron detalles de desviaciones por decenas de millones de dólares.
Mirada infrarroja en la oscuridad
Los cuadernos conforman una radiografía, inédita por su magnitud y nitidez, de una relación espuria entre el poder y los proveedores del Estado.
La causa tuvo 174 procesamientos. Entre ellos, la de la ex presidenta, una veintena de funcionarios y muchos de los más poderosos empresarios argentinos.
Se estima que las coimas sumaron 36.000 millones de dólares en efectivo. Una cifra que podría haber transformado el obsoleto sistema ferroviario argentino en una red europea, evitando tragedias como la de Once, conectando a un país fragmentado.
Contar historias, entre muchas cosas, puede ayudar a construir imperios. También a mostrar el barro sobre el que a veces se sostienen, y a derribarlos.
La historia de los cuadernos se contó. Pudo no haberse contado. Hubo periodistas y un diario que decidieron hacerlo. Algunos creen que no los despreciamos lo suficiente. Otros, por el contrario, pensamos que quizás no seamos demasiado conscientes del valiente aporte que hicieron -que hacen-, inyectando glóbulos de institucionalidad a nuestra anémica república.
Por: Daniel Dessein. Fuente: La Gaceta.



