La muerte de Javier Darío Restrepo, el domingo pasado, deja a los periodistas de habla hispana sin una de sus principales guías en el oficio a la hora de enfrentarse con viejos y nuevos dilemas. El periodista colombiano, maestro de la Fundación Gabo desde 1995, fue el gran referente de la ética periodística de nuestra región. Desde el año 2.000 estaba a cargo del consultorio de dudas éticas de la fundación.

Dos días antes de morir presentó su último libro, La constelación ética, en la última edición del Festival Gabo en Medellín. La mayoría de sus más de 20 libros giraron en torno a los escollos, tribulaciones, lagunas y amenazas de la profesión.

Durante más de medio siglo estuvo ligado al periodismo. Más de la mitad de esos años trabajó en televisión. También fue columnista de medios como El Tiempo, El Espectador y El Colombiano. Fue, además, un formador excepcional, con discípulos en decenas de países. La Universidad de los Andes lo tuvo como uno de sus más destacados docentes.

En 2014 formó parte de los autores de Nuevos desafíos del periodismo, libro editado por Adepa. Este es el texto de Restrepo que integró el volumen.

 

CIBERÉTICA

Por Javier Darío Restrepo

Lo que comenzó como una audacia técnica con posibles aplicaciones para la inteligencia militar, hoy es parte irreemplazable en la comunicación de los seres humanos y, por esa misma razón plantea constantes y variados interrogantes de carácter ético.

En efecto, puesto que “la ética es un saber práctico” (Aristóteles) tiene sus aplicaciones en lo práctico de esta tecnología de la comunicación humana.

Las noticias diarias se encargan de urgir las respuestas a esas preguntas que resultan de la experiencia diaria con lo digital. ¿Está en peligro la libertad de internet? Grita un titular que llama la atención sobre los temores de Vinton Cerf, uno de los padres de internet; acompañado con una sonriente fotografía de una campesina latinoamericana, dice el titular: “la cara más solidaria de internet”. Así introduce el diario una información sobre el uso de la web que salva vidas; otra noticia describe los grandes escándalos de seguridad en internet, una página ilustrada con imágenes de encapuchados que simbolizan la actividad de los hackers que violan las medidas de seguridad con que gobiernos y empresas protegen sus informaciones confidenciales. Informaciones sobre los casos Assange y Snowden difunden el temor ante una tecnología que se usa como arma de gran poder y de la que no se puede prescindir.

Después de un año en que el periodista Paul Miller abandonó internet, tuvo que admitir que se había equivocado; por eso la angustia colectiva a que dio lugar el anuncio del colapso de internet que fue noticia hace dos años.

Las preguntas y la búsqueda de respuestas han creado una coyuntura propicia para la reflexión y la formulación de principios éticos aplicables a internet. Es el tema que abordamos.

Aislarse para llegar a todos

Ese humano concentrado ante la pantalla de su portátil, ausente de cuanto lo rodea, aún en los cibercafés, en un avión, o en una ruidosa sala de aeropuerto, lo mismo que en su oficina o en su estudio, es un hombre al que la tecnología vuelve solitario, aunque le abre la posibilidad de comunicarse. Alrededor de él se multiplican los interrogantes éticos. Internet, al crear el ambiente propicio para prescindir de los demás y aislarse, intensifica la naturaleza destructiva del individualismo radical. Lo ético aparece con la presencia del otro; su exclusión significa la desaparición de la base y el objeto de lo ético.

Anota Cebrián al referirse al cibernauta: “embebido como está en un mundo virtual e imaginario, se aparta de las relaciones con los más próximos, familia, vecinos, amigos.”

Este aislamiento, progresivamente excluye la socialización y con ella, el control social sobre la conducta. Anota Graham: “la mayor parte de la educación es el resultado de la socialización. La socialización no es un proceso de condicionamiento sino de formación. Los impulsos naturales, fundamento del conocimiento moral, se definen a medida que se someten al proceso de refinamiento de valores y prácticas heredadas y no inventadas. Cuando desaparece esa influencia de la sociedad y el hombre se aísla, fuera de todo control, los deseos más perversos no sufren represión alguna. En el mundo de Internet el público represor no existe”. Es un efecto de lo que Lipovetsky llama “la segunda ola individualista.”

El poder de internet, ¿para qué?

Cuando el periodista utiliza internet para su trabajo profesional y es consciente de este conflicto ético que la misma tecnología plantea, necesita volver sobre las demandas más exigentes de su oficio: ¿informar, para qué? ¿Desbordar las fronteras del medio de comunicación tradicional y tener ante sí el horizonte ilimitado de Internet, para qué? Se impone un propósito, y no cualquiera clase de propósito: ¿divertir? ¿proyectar el propio nombre en la ciberesfera? ¿Poner las bases de un negocio informativo? ¿Ganar la satisfacción de un blog de éxito? Son posibilidades iguales a las que ofrece cualquier otro medio, solo que de dimensiones más amplias y desconocidas. Dentro de ellas juega esa otra posibilidad estimulada por la ética, de convertir a Internet, a la información, en herramienta para llegar a otros y hacerlos mejores seres humanos, más libres, más tolerantes, más sensibles a los demás seres humanos.

Para llegar a esto no hay técnica alguna. Es cuestión de intencionalidades capaces de subordinar lo técnico y de exorcizar los demonios del individualismo, que anidan también en el alma del usuario de Internet.

Internet, en efecto, no es bueno ni malo, es un instrumento que potencia lo bueno o lo malo de todo hombre.

Los fines y los medios

A estos dilemas éticos se agregan otros: Internet desarrolla en los individuos “una actitud en sus relaciones interpersonales orientada por criterios de eficacia” (Brunet). La ética se suele plantear como respuesta a situaciones extremas de urgencia, no para el resto de la vida. El criterio de eficacia no está lejos de la otra desmoralizadora convicción de que el fin justifica los medios. La eficacia es un fin al que se sacrifica todo lo demás. Así, el fin de informar con brillo y antes de cualquier otro, enceguece éticamente, para utilizar a las fuentes, o para violar la intimidad ajena, los derechos de los otros a sus creencias, tradiciones, o cultura. Desaparecen la dignidad y los derechos de las personas ante el brillo ofuscador del éxito profesional a cualquier costo. De manos de una tecnología poderosa y generadora de resultados, se puede llegar a ese abismo ético del fin justificador de los medios.

Quizás el más conocido de los casos es el de la pérdida del derecho a la propiedad intelectual en manos de quien baja contenidos y se los apropia, bajo la presunción de que en Internet, como en los territorios sin dueño, todo es propiedad de quien lo necesita para sus fines.

¿Dónde está el piloto?

Parecido a este condicionamiento mental es el que Castells describe: “se trata de un sentimiento personal de pérdida de control, de aceleración de nuestras vidas, de hallarnos inmersos en una carrera sin fin en pos de una meta desconocida.” Esta pérdida de control es el punto de partida de numerosos dilemas éticos y el ambiente propicio para privilegiar la acción sobre la reflexión, condición en que las decisiones éticas son más difíciles.” Explica Graham: “un concepto de la moral como algo ligado a la acción es una distorsión y una aberración.”

Los volúmenes oceánicos de información que abruman al receptor con la idea de que, puesto que es imposible abarcarlo todo, limitémonos a lo más llamativo y evidente, la evidencia de las múltiples iniciativas en marcha, de las incontables acciones en desarrollo, puede ser un llamado a la resignación y a la mediocridad, que se oponen al reclamo ético de la búsqueda de la excelencia.

La velocidad, asunto ético

Recibida como una ventaja, la velocidad de Internet también es punto de partida para conflictos éticos. Reflexiona Cebrián: “Los cambios fundamentales de la nueva sociedad de la información vienen determinados por la velocidad a la que se produce. La velocidad es una constante. La velocidad imprime un ritmo a la toma de decisiones vecino a la improvisación, cuando no al atolondramiento.” El mal, desde luego, no es de ahora ni atribuible solo a internet. Cualquiera que haya estado en una redacción sabe que allí se da una batalla constante contra el tiempo y que las bajas más frecuentes en esa batalla se dan en las filas de la verdad o de los derechos de las personas. Internet ha acelerado el sentido del tiempo y ha creado la ilusión de que es posible pisarles la sombra a los acontecimientos sin necesidad de la desaceleración necesaria para la reflexión. Consumir tiempo, ese recurso de la naturaleza humana que no es renovable y que es siempre escaso, para confirmar un hecho, o para entenderlo, o para ser justos, es siempre el resultado de una decisión ética.

Los esquizoides

Las condiciones creadas por Internet han dado lugar a la aparición de un nuevo ejemplar humano que George Devereux llama los esquizoides a los que describe como esos “seres impersonales en sus relaciones humanas, de fría objetividad, como ideal científico, indiferentes en lo afectivo y aislados en las grandes ciudades, fragmentados en sus comportamientos diarios, sin sentimientos ni compromisos en el mundo social, incapaces de tener una verdadera personalidad.”

Pienso, quizás con el ingenuo entusiasmo por mi profesión, que los periodistas estamos vacunados contra esta esquizoidia, dado el lugar que ocupa el Otro en nuestro trabajo. El es la razón de ser, el alma de nuestro oficio. Sin embargo, la aberración es posible y se convierte en un conflicto ético la relación con el otro. Mientras él sea el fin del ejercicio profesional, mientras todo se subordine al interés y conveniencia pública, el periodista no caerá en la indiferencia y frialdad glacial de los esquizoides.

La brecha

Detrás de la brecha digital se descubre un conflicto ético de equidad y de relación con el otro.

Así como es excluyente la idea común en los medios sobre la absoluta representatividad del universo de las encuestas, constituido por los que tienen teléfono para decir sus preferencias políticas, o de consumo, o de sintonía de la televisión, también lo es la idea de mirar la sociedad como un inmenso café internet en donde todos reciben y se expresan por medio de Internet. Es necesario reconocer que en el mundo hay dos clases: la de los info-ricos y la de los info-pobres. Vuelvo a Graham: “Las oportunidades de empleo, de seducción, de ocio y de bienestar para los info-ricos aumentan en forma casi exponencial; quienes quedan al margen contemplan cómo aumentan su marginación y alienación. La nueva estructura global del mundo determina a unos como amos y a otros como esclavos.” Es una situación que replantea un viejo problema latente en los conflictos éticos del periodista: saber y ser consciente de la fisonomía del receptor, para mantener la vigencia de lo universal de la información periodística. Es la misma consideración que hace evidente el limitado alcance de los medios impresos cuando se los compara con la amplitud del auditorio de la radio y de la televisión. Son diferentes, y en qué manera, las actitudes éticas de quien se conforma con el medio exclusivo de los info-ricos, de la posición inconforme de quien siente que es su deber contribuir al cierre de la brecha que los separa de los info-pobres. El rechazo de esa brecha, determina actitudes de la misma manera que el repudio militante de la miseria, de la violación de los derechos humanos, de los crímenes o de las exclusiones. El buen periodismo, lo sabemos, no lo hacen los pasivos ni los resignados.

Internet debe ser juzgado

La rebelión contra lo existente, la convicción de que todo lo real debe ser cambiado, también cuentan frente a Internet y determinan dilemas éticos. Sobre todo porque, como señala con severidad Graham, “la crítica contra Internet será que no puede proveer una base adecuada para la vida moral. Conforme los individuos van creando más relaciones en Internet, el mundo en el que entran es el de la anarquía moral.” Ese mundo tiene que ser sometido a crítica, sus dogmas tienen que ser llamados a juicio. Es decir, la tarea del periodista en este medio, lo mismo que en cualquier otro, es la de humanizar a través de la información. Esta es, quizás, la actitud ética más radical y que puede liberar al periodista del desbordamiento de la tecnología y a la sociedad de la servidumbre de un nuevo poder.

Algunos dilemas

Si  los anteriores son los principios y los dilemas éticos en internet, veamos ahora las preguntas que los periodistas se están haciendo al respecto. Son preguntas que recibo en el Consultorio ético de la FNPI (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano) y que giran alrededor de los siguientes temas:

  1. Las relaciones de internet y de la publicidad.
  2. El rol de la ética en internet.
  3. La nueva situación: audiencias con poder para emitir.
  4. Relación con las fuentes.
  5. El desdibujamiento de las fronteras entre información y opinión.
  6. Los viejos vicios.

¿Una nueva ética?

Como introducción a estos temas considero necesaria una reflexión previa sobre estos puntos:

  1. ¿La llegada de internet hace necesaria una nueva ética?
  2. ¿Quién debe adaptarse: la ética a las nuevas técnicas, o éstas a la ética?
  3. ¿Existe algún código de ética de internet?
  4. ¿Para los periodistas que trabajamos en páginas web de información, sirven los códigos tradicionales o se necesita un código nuevo?

La reflexión sobre estos temas me retrotrajo a los remotos tiempos pre Guttemberg, cuando los libros eran manuscritos y los más ricos e influyentes disfrutaban de preciosos ejemplares con hojas de papiro, cubiertas de pieles curtidas e iniciales iluminadas con colores y artísticas grafías que los monjes copistas producían en largas jornadas de piedad y ejercicio estético. Para estos monjes las ilustraciones eran como vestiduras solemnes que por medio de su belleza proporcionan a la palabra el escenario que merece su dignidad. El monje está acostumbrado a ver el libro como un objeto sagrado, apunta Ivan Illich en un texto sobre el tema.

¿Se regían estos monjes por algún código ético relacionado con sus manuscritos como medios de comunicación?

Muy seguramente no hubo códigos específicos, pero sí unos principios generales cuya formulación dependió de las necesidades del momento; quizás la más primitiva y elemental, la necesidad de ser exactos y fieles al original; las viñetas y grabados debían volver comunicable el contenido de los textos puesto que se hacían para los que no sabían leer.

Esos principios y normas pudieron tener una formulación y desarrollo cuando vino la revolución de Guttemberg con la imprenta. Aparecieron de seguro normas públicas que no debieron haber sido imaginadas siquiera por los monjes copistas. Puesto que la primera edición en la prensa de Guttemberg fue la de la biblia, surgió la pregunta: ¿podría ponerse la biblia en todas las manos? La respuesta de las biblias encadenadas expresa un desarrollo –acertado o equivocado- que evolucionó la conciencia ética de responsabilidad sobre los contenidos. Se mantenían principios como el de la exactitud en los textos, se desarrollaba el de la responsabilidad con los lectores al multiplicarse la posibilidad de llegar a públicos más amplios. Ese progreso de la ética iba de la mano con la evolución de la técnica que planteaba hechos nuevos, para los que se requerían actitudes nuevas. Y la ética es un asunto de actitudes.

El fenómeno continuó con la radio, con la televisión y ahora con internet.

En cada caso han mantenido su vigencia los principios anteriores, ha sido necesario darles aplicación, de acuerdo con la naturaleza de la nueva tecnología y ha resultado que cualquiera sea el adelanto de las técnicas siempre han mantenido su vigencia unos principios relacionados con la verdad, con el servicio a la sociedad y con el ejercicio de la justicia y de la libertad.

Así, pues, no es una nueva ética, son nuevas aplicaciones de la ética lo que se hace en la era internet; no es cuestión de adecuaciones con lo que esta palabra alude a oportunismos utilitarios; son respuestas de la ética a circunstancias nuevas. Esas respuestas se dan a partir de los principios de siempre que le dan valor a las formas de comunicación entre los humanos, de modo que, como ha sucedido con los códigos de la radio o la televisión y de los medios impresos, sucede con Internet: aparecen los códigos como respuesta a las necesidades que induce este medio.

La publicidad en internet

Una de esas necesidades es la que aparece en el segundo tema: el de las relaciones entre internet y la publicidad.

¿Se puede afirmar que las audiencias necesitan publicidad?

¿Qué criterios se han de tener en cuenta en el caso común de los contenidos patrocinados?

¿Hay alguna restricción ética para la práctica de adoptar el diseño de una página tomándolo de alguna preexistente?

Al fin qué ¿internet es para dar diversión, o solo para informar?

Son casos concretos entre otros muchos que surgen de la relación entre internet y la publicidad. Lo mismo que sucede entre medios impresos y publicidad, o en su relación con la televisión o la radio, la publicidad aprovecha al medio informativo como plataforma o rampa de lanzamiento de sus campañas. Su objetivo es el de ganar para sus productos, servicios, instituciones o personas que anuncia, la credibilidad del medio. Lo que aparentemente es un negocio: tu le das espacio a mi anuncio y yo pago por ello, pero el periodista detecta algo más que un negocio: no se trata solo de un espacio para anunciar, sino del aprovechamiento de un intangible que se llama credibilidad, asociada a ese factor fundamental que es la confianza. El mensaje real es, por tanto, que así como tus lectores confían en tu información, que también lleguen a creer en la mía. Ese fue el esquema de la relación de la publicidad con los medios tradicionales, y se repite en internet. Y así como se llega a la impertinencia con los mensajes publicitarios impresos o grabados, también lo es para el usuario el pegajoso anuncio que se sobrepone al texto que necesitas leer, o que va y viene por la pantalla como Pedro por su casa y la verdad es que mi pantalla no tiene por qué ser la casa franca para los anunciantes.

Todas las prevenciones de la ética en los medios tradicionales para que no se cree confusión entre información y propaganda, mantienen su validez en internet;   y en el rechazo a la práctica de los contenidos patrocinados, una forma disimulada de pagar al periodista para que diga o calle según la conveniencia de quien paga. Ese rechazo no cambia, sino que se intensifica en el medio digital.

Los contenidos patrocinados

Directores o gerentes de medios, cualquiera sea la tecnología utilizada, están obligados a rechazar las pretensiones del anunciante o del patrocinador que exige por su dinero algo más que el espacio para su logotipo o mensaje. Esa línea gruesa que marca la frontera entre publicidad e información periodística debe señalar hasta dónde puede llegar el publicista y cuál es el que debe defender el periodista, porque no es tanto su derecho sino el de la sociedad el que está en juego. La sociedad necesita con la misma urgencia con que el cuerpo humano requiere aire, agua o luz, una información independiente, no manipulada.

Si la información es un bien social y no una mercancía, tanto los empresarios como los gobiernos han de saber que ese es un espacio sagrado e inviolable.

Desde este punto de vista, hablar de contenidos patrocinados o es una marrulla, o es la intención de usurpar algo que es de todos. La única significación aceptable para esa expresión es la que ha tenido en los otros medios: la inclusión editorial de una marca, que nada tiene que ver con los contenidos.

La frontera, opinión- noticia.

Otra frontera que parece borrarse es la que separa tajantemente la información y la opinión. A medida que el lector aprende a hacer una lectura crítica de los materiales informativos de los medios esa línea de separación se ha sentido menos necesaria. Sin embargo el periodista ciudadano, por falta de experiencia y de formación ética, cree legítima la fusión entre información y opinión. Es un error que no puede convertirse en regla puesto que subsisten las razones que hacen imperativa esa separación de la opinión y la noticia.

En efecto, constituye una deformación de los hechos cuando se presentan ligados a la opinión de quien los relata, y encierra una voluntad de engaño presentar como hechos lo que es solo una opinión. El rigor para relatar y el respeto por la libertad del lector para opinar son, pues, dos razones que no han desaparecido con la aparición de la tecnología digital. El periodista profesional se sigue distinguiendo del periodista ciudadano por su cuidado en separar la noticia de la opinión.

Las fuentes

El periodista profesional, cuando incorpora a su arsenal las facilidades que le ofrece internet, siente de inmediato el impacto de la falta de fuentes en los materiales que encuentra en las redes sociales, por ejemplo. Allí casi todo se afirma sin más respaldo que la real o presunta autoridad moral del titular de la cuenta.

Peor aún, abundan los materiales de autores sin rostro como sucede con los participantes en los foros, generalmente ocultos detrás de un seudónimo.

Señalada esta falta de fuentes, y de fuentes creíbles, como característica negativa de Internet, se convierte en un reto para el periodista el aporte de su exigencia de fuentes plurales y diversas para toda información, y su experiencia de relación con las fuentes.

El ejercicio periodístico ha creado toda una técnica de manejo de las fuentes, que no   desaparecerá sino que se intensificará, como marca de calidad y singularidad del periodismo profesional.

Así lo sintieron los directores de periódicos que recibieron el alud inicial de cables que habían permanecido en secreto y que wikileaks puso a su disposición. Una de sus primeras decisiones fue la de darle a todo este material el mismo tratamiento de cualquier fuente. Toda la información recibida por internet debe ser manejada, en consecuencia, bajo las normas de siempre, que imponen   un examen de las fuentes que debe ser plurales y diversas, y además idóneas e independientes. Internet no suprime esas normas, las intensifica al multiplicar los materiales y las fuentes.

La propiedad intelectual

La apertura y universalidad de internet ha creado la idea de que sus contenidos, sus diseños, son propiedad de todos. No se pensaba así de los contenidos impresos o difundidos por la radio y la televisión. Y como en estos medios el   sentido de justicia impone el respeto por la propiedad intelectual. La escasa legislación sobre lo digital propicia un ambiente de zona de colonización en que se trata de imponer la ley del más fuerte, o del primero que llega y apaña; pero esto no significa que el sentido ético de justicia y de veracidad desaparezcan. Allí ha de mantenerse el respeto por la propiedad intelectual y es imperativa la verdad que impide el engaño de hacer creer que un producto de la inteligencia y de la creatividad es del primero que lo baje o lo suba a la red.

Una legislación en esta materia tendrá que proveer defensas para los autores, y sanciones para los abusivos, so pena de que por desestímulo se agosten las fuentes de creación humana.

Pirateando diseños

Aquí volvemos al tema inicial de la relación periodismo publicidad para precisar que   el derecho de autor cubre también el diseño de una página. Aunque repetida hasta el cansancio, no deja de ser abusiva la práctica publicitaria de utilizar el diseño de la primera página de un periódico para crear la sensación engañosa de que un producto cualquiera es noticia de primera. Es a la vez un abuso y una intención de engañar.

¿Informar o divertir?

Finalmente se propone el dilema: los medios, tanto los tradicionales como Internet ¿para qué son? ¿Para divertir o para informar?

El dilema apenas si inquietó en la era de la imprenta, pero se acentuó al llegar la radio y la televisión; ahora adquiere mayor vigencia en la galaxia Internet, en donde se encuentran numerosas y ricas oportunidades de entretenimiento y de información, y se destaca el engaño de ofrecer información como parte del entretenimiento.

El periodista consciente de su identidad profesional lo sabe: su aporte a la sociedad es la información de calidad, cualquiera sea el medio que utilice. El entretenimiento se les deja a los profesionales. Convertir la información en un entretenimiento encierra dos contradicciones: niega la naturaleza de la información y niega la identidad del periodista que no está hecho para entretener a nadie sino para informar a todos.

Las nuevas audiencias

La aparición de las nuevas audiencias que disponen de una tecnología que les permite emitir información autónomamente repercute en el ejercicio periodístico y le está creando:

  1. La necesidad de proveer una información de   mayor calidad y oportunidad puesto que se convertirá en un insumo para los emisores no profesionales.
  2. Esa mayor calidad debe, a su vez, llenar los vacíos y deficiencias de la información espontánea de los no profesionales.
  3. Vuelve urgente la formación de los receptores de medios para proporcionarles elementos de crítica que les permitan distinguir entre una información de calidad y la que aparece en las redes sin garantías de exactitud y de independencia.

Visto así el hecho de las nuevas audiencias, internet está creando el ambiente propicio y las necesidades insoslayables para hacer un periodismo de mejor calidad que es el que podrá sobrevivir después del embate de las nuevas tecnologías.

 

Periodista colombiano, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, profesor de las universidades Javeriana y de los Andes.

 

Fuentes:

Manuel Castells: La Galaxia Internet, Plaza y Janés, Madrid 2001.

Juan Luis Cebrián: La Red, Santillana, Madrid 2000.

Gordón Graham.: Internet, una indagación filosófica, Universitat de Valencia 2001.

Rosental Alves: El desafío de las Nuevas Tecnologías. En ¨Desafíos del periodismo real¨, Clarín. Buenos Aires 2006.

Patrick J. Brunet: L’ethique dans la societè de l‘ìnformation, L’Harmattan, Quebec, 2001.

Paul Virilio:La bomba informática, Ediciones Cátedra, Madrid 1999.