Este viernes falleció, en Montevideo, el periodista uruguayo Claudio Paolillo. Presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) y director del semanario uruguayo Búsqueda hasta 2017, el periodista fue uno de los columnistas más reconocidos de su país y uno de los más tenaces defensores de la libertad de expresión en el continente americano.
Nacido en 1960, Paolillo colaboró en distintos semanarios uruguayos, trabajó en varias radios y fue corresponsal de AFP en Montevideo antes de incorporarse, en 1985, a Búsqueda, donde se desempeñó sucesivamente como redactor, secretario de redacción, editor general y director. En 2016 le detectaron un cáncer que lo obligó, meses más tarde, a dejar esa función pero sin abandonar, hasta sus últimos días, su labor como consejero periodístico, profesor de la Escuela de Periodismo y columnista de Búsqueda. Publicó su última nota, un análisis sobre la oferta política de la oposición uruguaya, ocho días atrás. Autor de los libros Con los días contados (2002) y La cacería del caballero (2004), por los que recibió los premios Morosoli, el Bartolomé Hidalgo y el Nacional de Literatura, y de numerosos artículos en los más destacados medios de habla hispana, Paolillo supo desmontar, como pocos, las falacias que los populismos emplearon para intentar justificar sus ataques contra los medios, los periodistas y las libertades.
El 25 de julio pasado, una delegación de Adepa entregó a Paolillo el Premio de Honor, la máxima distinción de todas las que otorga la institución. El reconocimiento, en su caso, fue efectuado por su «extraordinario aporte a la defensa de la libertad de prensa”.
“Los argentinos fuimos testigos del modo en que su presencia ayudó a contener los embates que sufrió el periodismo en nuestro país; y eso mismo ocurrió en diversos escenarios en América latina. La suya es una de las voces más potentes y lúcidas entre aquellas que han denunciado los atropellos que se multiplicaron en la última década, a lo largo del continente”, señaló Daniel Dessein, presidente de Adepa, al entregarle el galardón, en la sede de Búsqueda, en Montevideo.
«Hay un modo de ver la libertad de expresión que implica que el libre discurso no es un derecho especial…La otra manera de acercarse a la libertad de expresión es apreciarla como un derecho individual que no nos ha sido concedido por el Estado y, por tanto, no nos puede ser quitado por ningún Estado. Es decir, es un valor por sí misma y en sí misma», dijo Paolillo al recibir el premio.
El periodista y el presidente *
Por Daniel Dessein
El presidente
Tabaré Vázquez nació en 1940, en Montevideo. Su padre era un obrero de la petrolera estatal y estuvo preso en 1951 por su actividad gremial. En su juventud, Tabaré se destacó en el fútbol como arquero y luego más aún como dirigente, llevando a Progreso, club del que fue presidente, de la tercera división a ganar el campeonato nacional en 1989. Ese año Tabaré se convirtió en el primer intendente de izquierda de Montevideo. Un hito inicial de una carrera política que lo llevaría a una primera presidencia en 2004, encabezando el Frente Amplio y quebrando la tradición bipartidista uruguaya conformada por blancos y colorados. En 2015 asumió su segunda presidencia.
Cuando estaba terminando el colegio sus padres murieron de cáncer. Tabaré decidió ser médico y luego oncólogo. Terminó transformándose en uno de los mayores especialistas de su país. Durante su primera presidencia una particularidad llamó la atención en todo el mundo. Todos los martes el presidente se ponía su delantal y atendía pacientes en su consultorio.
El periodista
Claudio Paolillo nació en 1960, en Montevideo. Su padre fue periodista del diario El Día, estuvo preso durante la dictadura y murió angustiado, a los 39 años, por no poder expresarse con libertad. Paolillo fue un apasionado por el fútbol pero tomó una decisión racional cuando decidió hacerse hincha de Defensor, el equipo que podría quebrar el duopolio de Nacional y Peñarol e inyectarle dinámica al deporte. Inició su carrera periodística, siendo adolescente, en el mismo diario en que trabajaba su padre. Luego pasaría por distintos medios hasta recalar en Búsqueda, una revista liberal, donde se desempeñaría a partir de 2010 como director, convirtiéndose también desde allí en uno de los columnistas más reconocidos de su país.
Paralelamente, desde la presidencia de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa, fue uno de los más lúcidos y enérgicos defensores de la libertad de expresión en el continente americano. Esa libertad cuya vulneración apagó la vida de su padre.
Los hombres
Hay algunas escenas que reflejan mejor que nada el valor, muchas veces percibido como abstracto, de ciertas prácticas.
Hace algunas semanas entregué, en nombre de la prensa argentina, una distinción a Paolillo, en la sede de la revista que dirigió durante varios años. A mediados de 2016 le detectaron un cáncer y le pronosticaron tres meses de vida. Dio una lucha contra ese pronóstico y logró que la enfermedad remitiera. Un año después recibía el reconocimiento con una salud recuperada.
Pocos días antes Paolillo había publicado un artículo durísimo sobre Tabaré Vázquez, en línea con muchos otros anteriores que cuestionaban su gestión y las ideas de su movimiento político. “Hace la plancha para terminar el mandato sin sobresaltos, nos trata como si fuéramos adolescentes imberbes, nos dice qué podemos consumir y qué no, y se desempeña como si fuera un rey”, decía Paolillo sobre el presidente. Vázquez, para sorpresa de Paolillo, estaba parado en primera fila en el acto en que recibía el reconocimiento. Cuando terminaron los discursos, el presidente le dio un abrazo al periodista y lo miró a los ojos, en silencio, por dos o tres segundos.
El ex presidente Julio María Sanguinetti, quien también estaba allí, suele señalar que los argentinos tenemos una visión edulcorada de su país, a raíz de una afición patológica al vértigo económico y político que nos lleva a subestimar las falencias relativamente discretas de los uruguayos.
Es posible que sea así. No obstante es difícil imaginar una escena equivalente en otro país. Un presidente abrazando fraternalmente a un periodista que lo critica. También, claro, había en esa escena un oncólogo abrazando al paciente que luchó contra la enfermedad.
Por encima de esos roles y de eventuales simetrías biográficas, se trataba de dos hombres separados por miradas opuestas sobre lo mejor para su país pero unidos por un respeto compartido, profundo, casi sagrado por la tolerancia y las reglas de juego democráticas.
*Artículo publicado en La Gaceta el 27 de agosto de 2017.