Mientras el fenómeno narco y la violencia extrema se profundizan en la ciudad de Rosario, comienzan a surgir factores que no solo interpelan a los poderes del Estado y a la sociedad en general, sino también a los periodistas y medios de comunicación.
Tal vez parezca una pregunta antojadiza y sin demasiado sentido, pero en su respuesta quizá se encuentre una de las claves sobre cómo relatar periodísticamente los hechos de violencia, amenazas y extorsiones mafiosas que se multiplican en ciudades como Rosario, donde las bandas de narcotraficantes intentan imponer sus reglas a través del terror.
Queda claro que, para lograr sus objetivos, los narcos necesitan imperiosamente que sus acciones sean propagadas y potenciadas a través de los medios. Solo así se puede comprender la seguidilla de escalofriantes acciones públicas de los últimos tiempos.
El abanico es tan amplio que abarca desde ataques contra un supermercado de la familia de Antonela Roccuzzo, hasta amenazas dirigidas al gobernador Maximiliano Pullaro. Balaceras contra hospitales y escuelas, inocentes acribillados, extorsiones y hasta vidas humanas que se desechan con el único objetivo de enviar mensajes perturbadores.
Una situación que no solo interpela a los poderes de un Estado que desnuda sus falencias, sino también a medios de comunicación y periodistas que, en el ejercicio de sus funciones, por momentos pueden convertirse de manera involuntaria en eslabones funcionales para quienes solo buscan instalar un clima de terror.
¿Qué publicar?, ¿cómo hacerlo?, ¿cuáles son los límites?, ¿de qué manera preservar la libertad de prensa y de expresión sin ocasionar daños indeseados?, ¿cómo evitar ser funcionales a las mafias, sin que esta decisión termine ocultando la realidad?
Las preguntas se multiplican, mientras las respuestas se construyen en tiempo real ante un fenómeno de terror que no parece replicarse, al menos por ahora, en otros puntos de la Argentina.
Historias únicas, consensos esenciales
Es verdad que cada caso es particular, que cada historia es única y que no es sencillo encontrar sentencias irrefutables ante semejante escenario. Sin embargo, parece haber llegado el momento de buscar ciertos consensos esenciales, ante una amenaza que echó raíces en cada pliegue de esta sociedad, que desprecia la vida y que en el horror expresa toda su crueldad.
A modo de ejemplo de lo que sucede en Rosario, el sábado 2 de diciembre pasado, el colectivero César Luis Roldán fue acribillado mientras manejaba un coche de la línea 116. El asesino se paró frente al colectivo y, sin dudar, comenzó a disparar. Antes de escapar, el sicario dejó una nota con un mensaje que decía: “Valen, dejá de hacerte cuidar por la Policía”.
¿Cómo reaccionar periodísticamente ante un hecho semejante?
Difundir el contenido de este mensaje significaba facilitar y amplificar el objetivo del delincuente. No difundir el contenido de la nota, abría espacios de sospecha sobre un posible vínculo entre el inocente colectivero asesinado y el homicida.
Pocas horas después, el fiscal que investigó el caso confirmó que aquella nota no fue dirigida al chofer, ni a otros choferes, ni a la empresa, ni al gremio de la UTA. Se trataba de un mensaje entre criminales que, para alcanzar sus objetivos, necesitaban de un hecho que llamara la atención pública.
La mirada de los fiscales e investigadores
La fiscal regional de Rosario, María Eugenia Irribarren, reveló que a partir de determinadas investigaciones pudieron determinar que narcos «de poca monta terminaron ascendiendo en la pirámide de la organización criminal», cuando sus nombres aparecieron en titulares periodísticos.
«Inmediatamente pudimos comprobar cómo esos delincuentes compartían las publicaciones y eso los posicionaba mucho más alto» en la escala organizacional.
¿Publicar o no publicar?, ¿cómo hacerlo?, ¿cuáles son los límites? Como siempre, no existen respuestas absolutas.
Sin embargo, y a modo de reflexión, tal vez habrá que comenzar a evaluar si es conveniente o no darle demasiada notoriedad en los titulares a los nombres de los criminales que protagonizan estas historias de terror.
La fiscal describió otra situación que pudieron comprobar desde el Ministerio Público de la Acusación de Santa Fe: «Cuando comenzaron a producirse las extorsiones en Rosario, nos encontramos con que la publicación en detalle de los primeros casos hizo que se multiplicaran hechos similares. Incluso, los delincuentes decían que integraban la banda de Los Monos para generar temor, pero ni siquiera era cierto».
Irribarren reconoció que la alternativa no es ocultar la información, aunque sostuvo que «todos los actores deberíamos comenzar a involucrarnos en el objetivo de disminuir la violencia en Rosario. Esto no implica que nosotros violemos las garantías constitucionales, que la Policía viole los derechos de los ciudadanos o que los medios engañen a la sociedad. Pero algunas estrategias de comunicación deberán ser evaluadas cuidadosamente».
Negar la realidad no aparece entre las opciones. Solo a modo de ejemplo, en 2018 se produjo una balacera que tenía como objetivo a integrantes de la Justicia. Sin embargo, desde el Poder Ejecutivo se intentó negar estos ataques o poner en duda quiénes eran los destinatarios.
¿Qué sucedió al día siguiente?: los criminales redoblaron la apuesta, balearon el domicilio particular de un fiscal y uno de los proyectiles estuvo a punto de impactar en uno de los integrantes de su familia.
Experiencia mexicana: el riesgo de ser voceros involuntarios de los criminales
Javier Garza Ramos es un reconocido periodista mexicano, especializado en seguridad y mapeo de ataques contra periodistas. En los peores momentos de la violencia narco, fue director del diario El Siglo de Torreón, al que considera como «el periódico más tiroteado de todo México».
«Es fundamental preguntarnos de qué manera los periodistas evitamos convertirnos, involuntariamente, en voceros de los criminales. Lo que ustedes están enfrentando ahora en Rosario, es algo que ya vivimos nosotros en mi país. La violencia en sí es un mensaje que ellos quieren transmitir», resaltó.
Garza Ramos planteó que estos casos deben ser informados, «pero una de las claves pasa por hacerlo sin ser estridentes, tratando de no darle espectacularidad a lo sucedido. Los delincuentes en México llegaron a tal nivel de sofisticación, como para entender cómo piensa cualquier editor periodístico. Ellos sabían que, cuanto más espectacular el hecho de violencia, mayor preminencia periodística».
Con el tiempo, los principales medios de México comenzaron a alcanzar ciertos acuerdos: «Empezamos a ser cuidadosos con los titulares. En lugar de decir ‘Bombazo en un hospital’, titulábamos ‘Explota bomba en un hospital’. Si aparecían cuerpos mutilados o decapitados, no lo poníamos en los títulos, aunque sí lo contábamos en el cuerpo de la nota. Comenzamos a ser muy cuidadosos con las fotografías o videos. Si aparecían notas con amenazas, no las mostrábamos, ni transcribíamos textualmente el mensaje».
«Si un cartel decía ‘Los policías son corruptos y vamos por usted comisario fulano de tal’, nosotros simplemente decíamos que se había producido una amenaza contra la policía», resaltó.
¿Es conveniente establecer protocolos de comunicación, junto a los poderes del Estado encargados de perseguir al crimen organizado?
Según Garza Ramos, «lo recomendable es que los acuerdos se produzcan entre los medios serios de la ciudad, sobre cómo tratar determinadas noticias. Hacerles conocer a las autoridades que esos acuerdos existen y también explicar a las audiencias qué es lo que van a encontrar en el medio y qué no van a encontrar. Lo importante es ser absolutamente claros».
Narcos, violencia, extorsiones y amenazas: recomendaciones esenciales ante un fenómeno que crece
La periodista mexicana María Idalia Gómez lleva más de dos décadas investigando temas relacionados con narcotráfico, corrupción, justicia y seguridad. Además, brinda formación y capacitación a comunicadores de distintos países del mundo, sobre cómo cubrir estos fenómenos.
Frente al planteo de cómo evitar que el periodismo se convierta involuntariamente en un eslabón útil para las mafias, planteó una serie de puntos a tener en cuenta en el momento de informar:
- Ser conscientes de que ellos -los narcos- necesitan de la difusión de sus actos para expandir el miedo entre la población o entre los mismos funcionarios. Es una suerte de guerra, y en toda guerra la información es muy importante.
- Ante un acto criminal, pensar en quiénes son las víctimas. Si se trata de funcionarios públicos, nunca exhibirlos con debilidad, sino con responsabilidad sabiendo que son representantes el Estado. Aquí estamos hablando de instituciones y no de personas. Si hablamos de un funcionario corrupto, hacerlo sin dañar a la institución en general.
- Si las víctimas son civiles, nunca revictimizarlas. Eso profundiza el miedo en la sociedad y, además, viola los derechos de las personas afectadas. No exhibir imágenes, ni dar detalles macabros de lo sucedido.
- Exigir que las instituciones funcionen, que informen sobre lo que ocurre. Si las instituciones crean vacíos de información, esos vacíos serán ocupados por los grupos mafiosos.
- Ser cuidadosos de no dar detalles de las operaciones policiales, de cuántos agentes hay, dónde se alojan, cuál es su capacidad de fuego. Es información que recolectan los narcos.
- No olvidar que los policías y los fiscales son seres humanos vulnerables. No se trata de defenderlos o de cubrir corruptelas o ineficiencia; sino de no olvidarlos en el momento de informar.
- Cuidar mucho a las fuentes. Cuando se entrevista a testigos, resguardar su identidad. Al principio, a la gente le parece natural contar lo que vio. Pero se debe cuidar a esas personas, no exponerlas, porque de lo contrario todos se van a callar.
- No caer en información vacía o superficial. Profundizar el contexto y el análisis, para que los contenidos periodísticos no terminen siendo una apología de la violencia. Existe una línea muy frágil entre describir la violencia y hacer una apología de ella a la hora de informar.
- Cuidar al periodista. En las coberturas de grupos criminales no existen las exclusivas, sino el trabajo periodístico colaborativo, a partir de pactos profesionales y éticos. La solidaridad es sustancial cuando la violencia se torna extrema.
María Idalia Gómez planteó una disyuntiva esencial: «Algunos dicen que la realidad no debe ser edulcorada a la hora de informar. Pero hay quienes decimos que debemos tener responsabilidad frente a la manera en que informamos sobre lo que sucede».
Los límites entre publicar, no publicar o cómo hacerlo, son siempre difusos.
Sin embargo, quizá una pregunta puede resultar de crucial relevancia a la hora de tomar decisiones: ¿cómo quisiera el narco que esta historia fuera contada?
La respuesta a este interrogante parece clave: contar la historia de manera tal que se garantice el derecho del público a saber, sin cumplir necesariamente con las expectativas del criminal que solo busca instalar el terror.