25 años del asesinato de José Luis Cabezas.
Un cuarto de siglo ha pasado desde el brutal asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas. Desde el retorno de la democracia, ha sido sin duda el más grave atentado contra la libertad de prensa como reiteradamente lo ha definido la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa).
Veinticinco años en los que el país atravesó todas las vicisitudes posibles: crisis económicas, deterioros institucionales, gobernabilidades débiles y ciclos con riesgos autoritarios, un persistente crecimiento de la pobreza y una demanda inclaudicable de la sociedad civil en la defensa de sus derechos y libertades.
Pero también un período en el que el horror de este asesinato marcó un claro límite para la violencia y la censura en la sociedad argentina. El repudio unánime y persistente al crimen de todos los sectores de la vida civil argentina, la exigencia sin descanso de justicia hasta dar con los responsables, y luego el reclamo extendido para que las penas fueran efectivamente cumplidas revelan una conciencia y un consenso social que 25 años después son un activo diferencial que no debe ser minimizado.
Obviamente, lo deseable hubiera sido una investigación judicial rápida, eficaz, sin intromisiones del poder político, sin pistas falsas ni artilugios procesales que en muchos momentos buscaron consagrar la impunidad o el olvido.
Lo esperable habría sido no tener que seguir denunciando y levantando la voz, comenzando por sus familiares y compañeros de trabajo, para que el caso se resolviera en tiempo y forma.
Pero todas estas anomalías no han hecho más que poner de relieve la fortaleza de esa lucha, el papel insustituible que los medios y el periodismo siguen cumpliendo en la auditoria del poder y los anticuerpos que la sociedad argentina ha desarrollado frente a la impunidad y el abuso de poder.
Por eso, este derrotero de 25 años, con todos sus claroscuros, puede ser visto como un homenaje y al mismo tiempo como un signo de esperanza en que la lucha por la verdad y la justicia finalmente valen la pena, en que la brutalidad del poder tiene límites, en que silenciar al mensajero nunca más a va ser una herramienta posible en la Argentina, y finalmente en que la figura de José Luis Cabezas va a ser siempre el símbolo del rol del periodismo en su denuncia contra la corrupción, la oscuridad y la impunidad.