El autor de el nombre de la rosa, uno de los semiólogos más destacados y uno de los novelistas más leídos del mundo, volvió a la ficción con “número cero”. La novela plantea una crítica a los medios dedicados a la difamación y también a una sociedad que fracasa en la construcción de una nación. «Creo que subyace la idea de una nación y de un estado incapaz de funcionar con eficacia», afirma el escritor.
por cristiana zanetto, desde milán *
“Todas mis novelas fueron como sinfonías de Malher. Esta última, yo diría, es más parecida a una composición de Charlie Parker”. Umberto Eco irrumpe con esta frase en el encuentro que tenemos en Milán, en la sede del diario Corriere della Sera, para hablar de su último trabajo que, enviado a imprimir en enero, ya está a la cabeza de ventas en las librerías italianas. La referencia a Charlie Parker está referida al hecho de que la nueva novela es de solamente 200 páginas, cuestión extraña si pensamos en la extensión de sus otras creaciones. “Las novelas terminan cuando ellas lo deciden -agrega -; yo sigo a mis personajes como los perros que buscan los hongos tartufos. Y cuando mis personajes no tienen más que decirme, yo concluyo”.
Número Cero, su nueva novela es el relato de una Italia contemporánea con sus aspectos inquietantes, con los ritos misteriosos del poder, los atentados impunes, los robos, la corrupción, la política que, cada vez más, se ha convertido en un negocio.
La actual realidad italiana sería tan poco narrable en modo claro y lineal que se hace necesario recurrir al grotesco.
En este país han sucedido las cosas más increíbles: atentados, intentos de golpe de estado, envenenamientos, etc. La cosa más sorprendente es que la gente haya dejado que todo esto ocurriera como si no pasara nada. Por lo cual no sé si es grotesca la descripción que yo hago en el libro o si es la vida y la política italiana las que lo son. Es verdad que algunos episodios que cito son verdaderos, aunque absurdos. Habría que decir que cada narrador, a su modo, deforma la realidad sobre la que escribe. También Flaubert deformaba el provincialismo francés.
El Péndulo de Foucault es la representación grotesca de los ocultistas y en El cementerio de Praga también hay una deformación grotesca, aunque trágica, del complot que se relaciona con el antisemitismo.
¿Hay ejemplos de “la máquina del barro” en acción en Italia por parte de algunos medios?
Hay que decir que raramente la agresión mediática es directa. No se suelen dar nombres ni apellidos. Se ofrecen, en cambio, elementos aparentemente inocuos, pero que generan sospechas. Un episodio que he usado en mi novela y que, en la época en que lo vi en la televisión, me había dejado perplejo, es el siguiente: para generar dudas sobre un juez que estaba indagando a Berlusconi, las cámaras de un informativo habían registrado y mandado al aire las imágenes de este magistrado que, mientras caminaba por la calle, fumaba abundantemente y usaba medias azules. El periodista no formulaba ninguna acusación directa. Pero había un “subtexto” que era: “¿Podemos confiarnos de una persona así?” Es obvio que no hay nada de
reprochable jurídicamente en el hecho de fumar mucho o de colocarse medias azules (en este caso una muestra de mal gusto pues no combinaban con el resto de su indumentaria). Pero el hecho de presentar al juez de esa manera comienza a generar dudas en el espectador o en el lector que puede preguntarse: “¿Qué quiere decir ésto? ¿Será una persona confiable si fuma tanto y se viste con mal gusto?”
En Número Cero hay una mirada sobre los mecanismos de la comunicación cuya finalidad no es la de informar sino la de anestesiar al público a través del chisme directamente político. Y no solo.
No quise escribir un tratado sobre el periodismo en general. He insistido sobre una particular forma de redacción periodística que forma parte de la llamada “máquina del barro”. Sin embargo, desde hace más de 40 años sigo reflexionando y discutiendo sobre los límites y las posibilidades del periodismo. En esta novela he usado una gran cantidad de argumentos que ya había utilizado en una polémica con Piero Ottone (director del Corriere della Sera entre 1972 y 1997) sobre la posibilidad de separar los hechos de la reflexión. Número Cero es una historia sobre los límites de la información periodística. He diseñado un caso extremo para dar una imagen grotesca sobre ese mundo. Agrego que, sin embargo, el mecanismo de la insinuación fue abundantemente usado en los tiempos de la Inquisición.
Se ha discutido mucho, en estos últimos 20 años, sobre la transformación de la información durante el gobierno de Berlusconi.
Muchas veces me pregunto, como periodista, si de verdad el ex primer ministro ha cambiado todo o si solamente ha empeorado el estado ya existente de la situación. Antes existían también las instituciones de la “máquina del barro” pero jamás se había pensado en usar un diario de importancia para ponerla en práctica. Por ejemplo, en los años 50 el hijo de un ministro demócrata cristiano se vio involucrado en una orgía que terminó con la muerte de una muchacha (el famoso caso Montesi). La “máquina del barro” se activó por parte de los adversarios internos del propio partido del ministro para destruirlo. Pero todo ello se desarrolló en sordina, detrás de la escena. Hoy, en cambio, se expone la cuestión en el espacio público y en los medios más importantes y respetables.
Volviendo a la novela, la impresión es que en Italia el proyecto de construcción de una nación ha fracasado.
Repito que este país ha atravesado momentos en los cuales han sucedido cosas increíbles que no han importado a la mayoría de la población. Tal situación de indiferencia se acrecienta en la actualidad cuando la necesidad principal es la de sobrevivir económicamente, encontrar un trabajo, o no perderlo, y en donde se ha perdido la sensación de bienestar a la cual nos habíamos acostumbrado desde el boom económico de los años 60 hasta el comienzo de los años 2000. Pensándolo bien creo que subyace la idea de una nación y de un estado incapaz de funcionar con eficacia. Pienso que desde la unificación de Italia, en 1861, este país ha vivido en una constante ambigüedad, en un espacio que no es ni una cosa ni la otra. En este sentido, ha fracasado la idea de un estado unificado que garantice, por ejemplo, la igualdad entre sus regiones. Número Cero comienza en 1992, año del inicio de la investigación judicial llamada “Mani Pulite”, que llevó a la cárcel a muchos políticos del momento, pero la novela retrocede” hasta la época final del fascismo y abarca una significativa parte de la historia italiana del siglo XX. Uno de sus personajes habla de hechos reales: los atentados de Plaza Fontana, en Milán, y de Plaza della Loggia, en Brescia, es decir, hechos ocurridos en los años 70 y promovidos por facciones terroristas. Parece que escribiendo esta novela le ha sucedido algo extraño a Umberto Eco.
Me ocurrió que no me había dado cuenta de inmediato que estaba trazando un retrato de este país. No era esta mi intención.
Es que, como decía, los personajes te obligan a hacerles hacer cosas que ni siquiera había pensado. Uno les da una “pequeña cabeza inicial” pero ellos, después, crecen por su propia cuenta y piensan de manera independiente de su creador. El libro es siempre más inteligente que su autor. Escribiendo uno no sabe muy bien en qué dirección está andando. La novela va por sí misma.
El nuevo libro parte de una hipótesis bastante extraña: Mussolini no fue fusilado cerca del lago de Como, ha continuado actuando en la sombra y es el origen de todos los males italianos.
He partido de un hecho real. El Duce escapa de Milán y se dirige hacia Como en donde lo espera su familia. Él no quiere confrontarla. Me pregunté: ¿Por qué? En este punto he dejado que la fantasía de mi personaje, que es un adicto a la teoría de los complots, se desborde y entonces imagina que la muerte del Papa Luciani, Juan Pablo I, depende del hecho de que Mussolini no haya muerto fusilado.
La idea del complot está muy de moda y no tiene confines geográficos. Desde el atentando de las Torres Gemelas en adelante hemos leído y escuchado sobre muchos complots que explicarían algunos hechos importantes.
Porque la información periodística carece cada vez más de verdaderas investigaciones. Una investigación periodística seria cuesta tiempo y dinero. En la actualidad no hay tiempo para verificar las noticias o para hacer una búsqueda profunda.
Existe el miedo de que sean las redes sociales, como Twitter o Facebook, las que se anticipen en dar la noticia.
Si yo, como periodista, realizo una investigación seria sobre un tema determinado, verificando las fuentes, corroborando los datos, etc., en síntesis, si ejerzo mi verdadera profesión el lector no tendrá la tentación de pensar que detrás de los hechos investigados hay un complot.
Me viene de pensar que también los intelectuales son víctimas de la “sociedad líquida” que describe Zigmunt Bauman.
Ahora no nos queda otra posibilidad que dejar nuestro mensaje en una botella. ¡Se deberían fundar más fábricas de botellas! Yo sólo he escrito una novela que es, hoy, como arrojar una botella al mar con un mensaje. Pareciera que no se pueda hacer más en una sociedad que ha licuado la noción misma del accionar político.
¿Una Italia sin esperanza, un pueblo de puñales y venenos es la nueva novela Número Cero?
Entiendo que es poco alentador. Pero… digamos que tampoco Dostoievsky lo era.
* Entrevista publicada originalmente en LA GACETA.