Muy buenas noches a todos.

Gracias por acompañarnos en esta comida, pero sobre todo a lo largo del año.

Gracias primero a los colegas, que todos los meses dicen presente desde todo el país. Los kilómetros que recorren para llegar hasta aquí son de algún modo proporcionales a sus convicciones respecto del sentido y del futuro de nuestra actividad.

Gracias a nuestros sponsors y a nuestros invitados que, al proceder de ámbitos tan diversos, dan testimonio de que la prensa libre y el periodismo profesional tienen valor para la sociedad y para el país.

Acá están presentes muchas de las instituciones, las fuerzas y las voces que día a día se enfrentan al desafío de gestionar la cosa pública, de poner en marcha el motor de la iniciativa privada, de debatir y orientar las políticas de Estado, y finalmente, de traducir toda esa complejidad en información y ponerla al alcance de la ciudadanía.

En otras palabras, acá están quienes se encargan de conducir, de representar, de acompañar a la sociedad argentina en el trayecto de una realidad por cierto difícil. Una realidad en la que cada semana una nueva noticia o un nuevo debate ocupan el centro de la escena.

Por eso hoy queremos mirar un poco más allá de la coyuntura. La diversidad de esta noche no sólo es el reflejo de un año intenso, con una agenda cargada para Adepa. Hoy nos acompañan legisladores de las distintas fuerzas políticas que, al igual que nuestros socios, representan la diversidad de la Argentina y el pluralismo vital de una democracia que acaba de cumplir 35 años de vigencia ininterrumpida.

De sus 56 años, la mayor parte de la vida de Adepa ha transcurrido en esta democracia que a los argentinos nos costó tanto recuperar y que estamos convencidos de haber conquistado para siempre.

A tono con ese ciclo histórico, quienes consolidaron nuestra entidad a lo largo de estos 35 años lo hicieron convencidos de que la libertad de expresión, misión fundacional de Adepa, era (y sigue siendo) inescindible de esa democracia cuyos primeros pasos fueron frágiles y significaron una clara toma de riesgos. No por casualidad, Adepa fue un temprano interlocutor del presidente Raúl Alfonsín en ese período en el que no faltaron amenazas.

Creo que no nos equivocamos si pensamos en el Congreso Nacional como el resorte institucional más emblemático de la democracia recuperada. Cerrado hasta 1983, es el órgano representativo y deliberativo por excelencia, aquel que permite procesar de manera sana y productiva las diferencias y alcanzar las coincidencias. Aquel que en los momentos críticos constituyó un reaseguro para mantener la gobernabilidad y evitar los quiebres institucionales.

Pero creo que tampoco nos equivocamos si sumamos a la prensa argentina entre los actores protagónicos de esa democracia incipiente. No sólo porque la propia Constitución le reservó al periodismo el rol de contrapeso institucional, de canal de expresión de las demandas ciudadanas, de herramienta de auditoría social sobre el poder. También porque ese periodismo buscó ejercer su rol, en estas décadas, con madurez cívica y compromiso democrático.

Ambos, Poder Legislativo y prensa, tenemos varias cosas en común. El Congreso es la representación de la población en su dimensión cuantitativa pero también en su dimensión federal. En sus cámaras se refleja la diversidad de ideas, de realidades y de geografías de nuestro país. También la prensa argentina es la expresión de cientos de voces distintas de todo el territorio nacional. Adepa y esta noche dan testimonio de ello. Medios gráficos y digitales. Medios de todos los tamaños, de todos los estilos, de todas las líneas editoriales.

Poder Legislativo y prensa expresan, además, el cruce de ideas de la sociedad en el debate público. En ambos casos, con una aspiración legítima: la de dotar a ese debate de racionalidad, de sustento fáctico, de argumentos técnicos, de opiniones fundadas, de tomas de posición legítimas. Algo casi revolucionario en esta era de la emocionalidad, del eslogan, de la desinformación y las noticias falsas.

Obviamente, esa aspiración a veces choca con nuestros propios errores y limitaciones. Pero esas debilidades no invalidan el desafío central que creo de algún modo nos vincula. Porque sólo un debate público informado y racional es el que le va a permitir a la Argentina ir encontrando respuestas a los enormes retos que han trabado su desarrollo y la han sumido en el estancamiento desde hace tanto tiempo.

Muchos de los legisladores que están aquí son la prueba de que esos objetivos -la deliberación, la búsqueda de consensos, la escucha y el respeto al rol de cada uno, oficialismo y oposición- son posibles no sólo en los papeles sino en la vida real.

La sociedad argentina, nosotros mismos como medios, hemos visto en estos últimos años cómo el Congreso recuperó una vitalidad y una centralidad indiscutibles en la discusión y la articulación de las políticas públicas. Y ese creo que es otro signo de madurez democrática a destacar en este aniversario.

Finalmente ambos, Poder Legislativo y prensa, también vemos como aparecen nuevas realidades sociales y tecnológicas desafían nuestro rol tradicional. La intermediación, que es la esencia de ambos, se pone en discusión frente a fenómenos como la participación digital, las redes sociales, el big data y la inteligencia artificial. Suelen escucharse cantos de sirena respecto a una suerte de democracia directa que habría venido a instalarse de la mano de estos fenómenos.

No se trata acá de desconocer el enorme valor que ha tenido Internet para el acceso a la información de millones de personas, para hacernos la vida más fácil e incluso para permitir la expresión directa de los individuos y hasta organizar movimientos sociales en torno a causas de fuerte impacto social.

Pero al mismo tiempo, estas plataformas globales han alcanzado una dimensión, una penetración y un conocimiento tan profundo de los usuarios que hoy son vehículos de estrategias geopolíticas, de intereses económicos, de campañas de propaganda. En los que la expresión individual se confunde deliberadamente con la viralización direccionada por estrategas del marketing. En los que la información chequeada se mezcla con las fake news. En los que la participación política se mimetiza con estrategias electorales quirúrgicamente diseñadas para llegar a quienes son más permeables para recibirlas.

Vivimos así una época en la que ese debate argumentado al que pretendemos contribuir desde los medios, es reemplazado por burbujas de sentido donde, cada vez más, corremos el riesgo de recibir únicamente aquello que satisface y exacerba nuestra posición, cuando no nuestro prejuicio, impidiéndonos enriquecer esa mirada, confrontarla y mejorarla.

Por eso creemos –y estamos convencidos que muchos nos acompañan en esa preocupación- que el valor de la búsqueda de la verdad, el valor de los medios en tanto organizaciones profesionales que construyen sentido en base a hechos verificados y contrastables, tiene un valor insustituible para la conversación pública. Como lo pusieron de manifiesto hace un mes expertos locales e internacionales en nuestro evento Marcas de Verdad, los diarios en nuestros diferentes soportes seguimos teniendo un diferencial de confianza, de credibilidad y de seguridad a la hora de proveer información. Un diferencial que ha crecido mucho en los últimos años, de la mano de los escándalos virtuales que todos conocemos.

Hemos dicho muchas veces que el rol del periodismo en la democracia excede, cada vez más, el de la mera transmisión de noticias. Nuestro valor agregado está en la información. En darle sentido. En analizarla. En contextualizarla. En iluminar lo oculto. En desentrañar lo relevante y distinguirlo de lo accesorio. En detectar las necesidades de las audiencias e identificar las prioridades de la agenda pública.

Por nuestro origen somos además voceros de nuestros pueblos, representamos el patrimonio social, cultural, productivo y simbólico de miles de comunidades a lo largo y ancho del país. No por casualidad los medios aquí presentes son en muchos casos referentes centenarios de esas comunidades. Cuántas industrias, cuántos sectores, cuántas instituciones públicas o privadas, pueden mostrar esta herencia y este legado. No muchas.

Estos medios, que ustedes conocen muy bien, finalmente vinculan a quienes ejercen responsabilidades públicas con sus representados. Y no lo hacen desde el anonimato, ni desde usinas misteriosas, ni amparándose en alias ni a través de algoritmos indescifrables. Lo hacen con nombre y apellido, con editores responsables, con estándares profesionales y éticos determinados, haciéndose cargo de sus errores ante quien corresponda.

Bienvenidas sean todas las voces que se expresan en el mundo virtual. Son instancias muy valiosas, sin duda. Pero tengamos claro que eso no reemplaza al periodismo. La organización periodística tiene una lógica clara y transparente: invierte en buscar información, en verificarla, en analizarla, en interpretarla desde su legítima posición editorial.

Por eso, para los medios profesionales la calidad es un objetivo que interpela de manera permanente. Hoy se comentaba en la entrega de nuestros tradicionales premios: en una era plagada de confusión y contaminación informativa, el periodismo está llamado a ser la escribanía de la realidad, el antídoto contra la desinformación. Tenemos mucho por mejorar. Pero el periodismo argentino viene dando muestras claras de su enorme aporte institucional a la transparencia y a la república.

No sólo aquí. Este rol está siendo valorado cada vez más por las democracias occidentales. Y más en un momento en que el modelo de negocios que sustentó a la prensa por más de 200 años está siendo desafiado en todo el mundo.

Pero no casualmente, los países que valoran la república, las instituciones, la división de poderes; los países que no quieren quedar como rehenes de experimentos autocráticos; aquellos que no quieren ver cómo se angostan las garantías y las libertades individuales, están preocupados por  la salud de la prensa. Y no se desentienden de ella.

Lo hemos experimentado. Este Congreso, en su diversidad y riqueza, ha demostrado que también cree que esta actividad es, finalmente, un patrimonio intangible de la nación en su conjunto.

Aunque molestemos, aunque ladremos, aunque incomodemos. O mejor dicho, por eso mismo. Porque, como dijo Arthur Miller, el gran dramaturgo estadounidense, “un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”. Y creo que todos coincidimos en que ese diálogo es el primer paso para salir adelante.

Muchas gracias.