El editor general de Clarín reflexiona sobre el pasado y el futuro del medio que hoy cumple 75 años.

Clarín cumple 75 años. Después de este tiempo, enfrenta hoy un enorme desafío periodístico, empresario y cultural: recrearse para convertirse en una compañía digital.

El día que Clarín ganó la calle, hace 75 años, un mundo terminaba para siempre y otro se abría a lo incierto: “Todavía arde Nagasaki por efectos de la bomba atómica”, decía la portada y, debajo, “Lo que antes era Nagasaki aparece ahora como terreno arado”. La hecatombe nuclear iba a poner fin a la Segunda Guerra Mundial; Europa, devastada por la guerra, resignaba su anterior poderío mientras sentaba las bases de su unificación, y el nuevo escenario ponía frente a frente a Estados Unidos y a la Unión Soviética. En la Argentina, faltaban dos meses para que el coronel Juan Perón irrumpiera como un tsunami en la vida política del país, que iba a cambiar para siempre, como la guerra cambió para siempre el orden mundial.

De todo dio cuenta aquel diario flamante, que nació con un desafío y un propósito. El desafío de su fundador, Roberto Noble, fue el de renovar el periodismo argentino con un nuevo lenguaje y un concepto nuevo en el tratamiento de los hechos noticiosos, en un formato insólito para la época, el tabloide, que desmentía la idea de que sólo los diarios “sábana” merecían credibilidad y confianza. El propósito era el de, con los años, hacerse un lugar en la cultura de los argentinos.

En 75 años, el espanto de aquella guerra que dejó más de 60 millones de muertos no se repitió. Y de las trincheras y los bombardeos, el mundo pasó a caminar el espacio exterior, a los trasplantes de órganos, al fenómeno de la comunicación global a través de Internet. En tres cuartos de siglo, Clarín también dio cuenta de los profundos cambios que perfilaron al mundo de hoy en el que se alzaron y cayeron muros que amenazaban ser eternos y regímenes que se decían de acero; en el que surgieron y se esfumaron instituciones que pretendieron regir vida y sentimientos de sociedades enteras, un mundo en el que los adelantos científicos vencieron males y dolores y en el que el trazado de nuevas fronteras hizo nacer otras naciones donde antes existían viejos países.

Todo quedó reflejado en las páginas de Clarín, sin más elementos que los del buen periodismo: informar, dar sentido a la noticia, reflejar su contexto, explicar sus consecuencias con mirada propia, investigar al poder, no ceder a sus presiones, escuchar y dar cabida a todas las opiniones.

Es curioso, pero hoy Clarín debe ocuparse de otro drama bíblico que amenaza con cambiar el mundo: la peste. El Covid 19, todavía desconocido, de una furia aún indomable, cayó como una calamidad del medioevo en plena modernidad. La ciencia, que investigaba una vacuna contra el sida, que impulsaba el nacimiento de la nano robótica capaz de navegar el torrente sanguíneo y descubrir y curar enfermedades, o detectar células tumorales y eliminarlas, está hoy lanzada a frenar en tiempo récord a ese virus artero e indomable que se iguala a la peste que diezmó a Europa en el 1300. Las consecuencias de esta pandemia van a modelar la política, la economía, la cultura, las costumbres y las relaciones humanas.

Un mundo incierto, como el de hace 75 años y el mismo periodismo vigoroso que hizo que Clarín se integrara de lleno al paisaje cultural argentino y se fundiera con el conjunto de valores y creencias que forman el entramado vital de una sociedad. A la vez, sus accionistas invirtieron, en una apuesta de confianza en el futuro, para dotar al diario de todas las herramientas necesarias que le permitirán ejercer su misión con independencia.

Esa condición, la de un diario veraz, independiente, no sujeto a condicionamientos, siempre crítico de los poderes públicos, siempre alerta ante sus posibles despotismos y abusos, le valió a Clarín el reconocimiento de sus lectores y, al mismo tiempo, una sorda hostilidad de esos poderes. A veces, no tan sorda.

En septiembre de 1973, con el país sacudido por la violencia, una fracción de la guerrilla trotskista del Ejército Revolucionario del Pueblo secuestró a un ejecutivo de Clarín. Por su rescate exigió la publicación de tres solicitadas que atacaban al gobierno provisional de Raúl Lastiri, que había sustituido al renunciante Héctor Cámpora. El mismo día de la publicación, una banda de la ultraderecha peronista, integrada por matones sindicales armados con fusiles y ametralladoras, tomó por asalto la sede del diario, ametralló sus cristales, agredió a sus empleados, arrojó bombas molotov y dejó activadas en las rotativas bombas de alto poder que no estallaron de milagro.

Desde entonces, adueñarse de Clarín, o silenciarlo, pasó a ser el objetivo de sectores políticos en un país que se obstina en postergar definiciones centrales para la Nación y sigue empinando el plano inclinado de la decadencia. Una línea editorial que, desde el nacimiento de este diario, aboga por un país moderno, consciente de sus potenciales y también de sus limitaciones, que desarrolle la economía, el trabajo y el bienestar general, resguardando y defendiendo las libertades, los derechos humanos y la democracia, se conjugan con el impacto popular de su periodismo, la fidelidad de sus lectores en todas sus plataformas, constituye una referencia periodística que, pese a todo, no ha podido ser neutralizada a pesar de los esfuerzos en ese sentido.

Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, 2003 a 2015, los ataques a Clarín y al grupo editorial del que forma parte se hicieron más despiadados: se aprobaron leyes destinadas a cercar, constreñir, violentar y, en última instancia, ahogar en lo económico al Grupo Clarín y al diario. La llamada Ley de Medios, que prometió garantizar la libre expresión de las minorías o de los grupos étnicos, no sólo no cumplió con ninguno de sus postulados, sino que amenazó en forma directa y desembozada a Clarín.

Años antes, la entonces directora del diario, Ernestina Herrera de Noble, lo dejó claro en un editorial: “Hay un sector político que quiere ir limpiando el terreno para adueñarse de todo el poder; su primer paso es destruir a los medios independientes y, de esa manera, hacer desandar todo el camino de libertad que el periodismo y la gente hemos construido desde el retorno de la democracia (…) Creen que en una sociedad debilitada, donde la política está desprestigiada y no hay liderazgos, hay que barrer a los medios independientes para después hacerse del control de la sociedad (…) Sé que ellos dicen que ‘no se puede gobernar con Clarín en contra’. Yo les respondo: lo que no se puede hacer es gobernar arbitrariamente si hay una sociedad informada por medios verdaderamente independientes. Lo que nunca confesarán es que quieren instaurar una dictadura con apariencia de democracia, sin juntas militares”.

Si Clarín sobrevivió a esos ataques, y a otros más sutiles como el intento de minar su credibilidad, o los boicots publicitarios ordenados desde el gobierno kirchnerista y hasta el bloqueo de su distribución, fue porque la audiencia apoyó siempre al diario -como lo hizo desde aquel 28 de agosto de 1945- y mantuvo a través de siete intensas y tumultuosas décadas, con momentos de alta luz y de ominosas oscuridades que Clarín reflejó con aciertos periodísticos que le merecieron premios internacionales, y también con indisimulables errores.

Sin olvidar esa tradición, ni sus objetivos fundacionales, Clarín enfrenta hoy un enorme desafío periodístico, empresario y cultural: recrearse para convertirse en una compañía digital. La transformación cultural es un imperativo asumido para poder seguir respondiendo a las demandas de un periodismo que precisa de nuevos formatos y géneros para seguir cumpliendo a pleno y eficazmente con su misión central.

La innovación forma parte de nuestra tradición, desde aquel primer ejemplar en formato tabloide. Fuimos pioneros en introducir los conceptos más modernos del diseño gráfico, cuando las ediciones impresas estaban en su apogeo; Clarín incorporó el color a aquellas ediciones y, cuando todo estaba entre pañales, lanzó su edición digital, hace ya más de 24 años.

Hoy, clarín.com es una de las web más importantes en idioma español. La edición multiplataformas combina la edición impresa, que es la de mayor circulación en el mundo de habla hispana, la web, las redes sociales, el video, lenguajes todos pensados con la lógica del periodismo de calidad que distingue a Clarín y que exigen sus lectores fieles y quienes se incorporan con la necesidad de estar bien informados.

Esos nuevos formatos contradijeron un lugar común que muchos daban por dogma: que los jóvenes no tenían interés en las noticias, que el periodismo tenía sólo un destino de élite y que, si se intentaba algo plural y destinado a grandes públicos, debía ser liviano, banal. Las estadísticas digitales rompieron ese mito. Parte muy significativa de nuestros lectores la integran adolescentes y jóvenes, en una audiencia que atraviesa toda la sociedad con nuevos y exigentes estándares basados en los tradicionales: independencia sin condicionamientos, libertad de expresión, de opinión y de disenso, mirada crítica, imparcialidad.

A la vez, explora con suceso nuevas fórmulas de sustentabilidad en el relacionamiento con sus lectores, incorporando herramientas del big data, la registración y suscripción, al igual que los diarios líderes del mundo.

Cuando Clarín ganó la calle, hace 75 años, el mundo de hoy era inimaginable como lo es, casi, el mundo por venir en el que Clarín va a plasmar su futuro. Los años venideros navegarán entre una dialéctica de lo propio y lo universal, entre las pasiones y la necesidad de análisis despojados, entre el desarrollo individual, lo político, el encuentro entre nuestros sueños y nuestra ilusión de un país más pleno.

Clarín, como antes, como siempre contribuirá a esos logros desde el periodismo que lo distingue, uno que ayude a construir una sociedad más democrática, más inclusiva, más justa y transparente.

Porque, como decía Nelson Mandela, “todo parece imposible hasta que se logra”.

Fuente: Clarín.