Al cierre de la comida de clausura de la 60a Asamblea de ADEPA en El Calafate, su presidente Daniel Dessein le hizo entrega de un reconocimiento especial a los directivos de OPI Santa Cruz, por el 18º aniversario de la fundación del medio digital.

Al comienzo del encuentro que dio por finalizadas tres jornadas de intensa actividad en la ciudad patagónica, Dessein felicitó a los fundadores y actuales directores de OPI, Rubén Lasagno y Francisco Muñoz por el aniversario del medio, el 21 de septiembre pasado. Lasagno agradeció la distinción, y ante los editores de medios de todo el país dijo que su medio no tiene capital económico ni poder financiero. 

«Nuestro mayor patrimonio cabe en una hoja A4. Se resume en fuentes sólidas, confiables, libres y solidarias», señaló Lasagno. Y agregó: «Desde hace 18 años no buscamos cambiar la realidad, sino forzar a nuestra audiencia a repensar y analizar esa realidad a partir del conocimiento de hechos, que en general, acá en Santa Cruz, están detrás de un manto de silencio, encubrimiento o un disimulado olvido».

Dessein, por su parte, se refirió a los orígenes de ADEPA, acontecimiento del que este año se conmemoran 60 años. “Los fundadores de Adepa pergeñaron una organización que se convirtiera en la más representativa de la prensa en el país, y que fuera modelo a nivel global. Un espacio en el que coexistieran medios de escala, naturaleza y líneas editoriales muy distintas», dijo Dessein. «Concibieron una institución que contribuyera decididamente a la cohesión de la industria periodística, al vigor y la calidad de su periodismo, y que impulsara y defendiera, como ninguna otra en la Argentina, la libertad estratégica de la democracia», expresó.

Al finalizar los discursos, Dessein hizo entrega a Lasagno y Muñóz de un pergamino firmado por todos los asistentes a la Asamblea. La ceremonia fue conducida por Marcos Barroca, y contó con la animación del grupo calafateño “Tradiciones argentinas”.

Palabras de Rubén Lasagno, director de OPI Santa Cruz

En nombre de OPI Santa Cruz, personificado en mi socio y amigo, Francisco Muñoz y quien les habla, Rubén Lasagno, queremos agradecerle a Adepa la distinción que nos otorgó, confiando en nosotros la realización de la sexagésima Asamblea General de la entidad acá en El Calafate, actividad que tenemos el privilegio de cerrar en la jornada de hoy y hacemos extensivo ese agradecimiento a todos y cada uno de quienes concurrieron, sin cuya presencia, este evento no habría sido posible.

No quiero extenderme en cuestiones autorreferenciales, porque si algo nos ha identificado en los 18 años de vida que tenemos como medio, ha sido siempre el perfil bajo y solo nos hemos destacado (si hay algo para destacar) en el esfuerzo que le ponemos a lo que hacemos desde nuestros inicios, para producir lo que ofrecemos diariamente a los lectores como nuestro mejor producto.

Nuestro capital no es económico y nuestro poder no es financiero.

El mayor patrimonio que tenemos, cabe en una hoja A4: se resume en una decena de fuentes altamente confiables, solidarias, seguras, libres e inquebrantables y solo interesadas en darnos las herramientas y el material necesario, no para cambiar la realidad, porque eso sería muy presuntuoso de nuestra parte, pero sí para forzar a nuestra audiencia a repensar y analizar esa realidad a partir del conocimiento de hechos, que en general, acá en santa cruz, están detrás de un manto de silencio, encubrimiento o un disimulado olvido.

Nuestro objetivo ha sido tener presente a cada momento, plena conciencia de tiempo y espacio donde nos desarrollamos.

Estamos en una provincia donde la libertad de prensa es un oxímoron.

Ubicados en ese contexto, desarrollamos nuestro medio el cual contiene algunas particularidades propias de este universo especial en el cual nos desenvolvemos.

En aquel lejano 2004 pudimos autopercibirnos capaces de hacer algo diferente, solo sustentado en las convicciones, el esfuerzo, el profesionalismo y la voluntad.

Corroboramos hace tiempo que los medios no se miden por la cantidad de cemento que acumulan grandes edificios como hace 30 años atrás, ni siquiera por el andamiaje tecnológico que algunos ostentan hoy; en nuestra concepción, el poder de un medio está en dos elementos fundamentales al que cualquiera de nosotros puede acceder: la inteligencia que le pongamos adentro y la libertad e independencia que decidamos tener para hacer nuestro trabajo.

Con esos dos o tres elementos sustanciales, podemos construir credibilidad y trascender.

Cualquiera lo puede hacer, no es exclusivo nuestro.

Con OPI, además de las ganas que tuvimos con “Pancho” de hacer algo distinto a lo establecido, se alinearon los planetas y nuestra propuesta nació en el lugar justo y en el tiempo adecuado, por circunstancias que todos conocen.

Todo lo demás, lo hicieron las ganas, el sacrificio y esa libertad de decir y contar historias nunca reveladas por otros medios y las cuales nos encargamos de hacer públicas hasta hoy.

En OPI no recortamos, ni pegamos cartillas, gacetillas, comunicados, ni transcribimos partes policiales, políticos, partidarios y mucho menos, nos nutrimos de las redes sociales. Por eso estamos convencidos que aquellos medios que sí lo hacen, son sumamente necesarios para nutrir a las audiencias de un producto que nosotros no brindamos.

Somos un sitio de investigación, análisis y opinión y nuestro nicho de oportunidad es la política y los temas sociales de alto impacto. Y la diferencia radica en contar los que otros callan y hablar sin red ideológica y libre de la mordaza que impone la autocensura.

En 18 años no hemos recibido ni una sola carta documento (tal vez porque nos ignoran…). Nunca hemos enfrentado una coyuntura grave por lo que dijimos, decimos o investigamos en función del trabajo realizado.

Nos han operado, combatido y forzado a reaccionar, pero son las reglas del juego. La victimización nunca estuvo en nuestros planes y cuando aparecieron síntomas de peligro, los denunciamos públicamente con nombre y apellido.

Finalmente quiero remarcar que nunca buscamos financiamiento en la política y jamás nos probamos una camisa partidaria. Nuestra obligación es con la audiencia, con ese lector que busca una palabra comprometida y veraz, no sólo sobre lo que pasa en Santa Cruz, sino sobre lo que ocurre en el país.

Mucho de lo que sabemos nosotros, con algunos matices lo saben otros medios de Santa Cruz, pero eligen no contarlo.

No somos mejores, somos distintos y eso es parte del único capital que nos permite ponerle valor agregado a nuestra rutina de informar.

A todos, muchas gracias

Palabras de Daniel Dessein, presidente de ADEPA

Los que estamos conociendo el Calafate no cesamos de comentar nuestra fascinación generada por lo que vimos en estos días. Como Aureliano Buendía, dentro de algunos años, cuando estemos frente al pelotón de fusilamiento, recordaremos la mañana o la tarde en que, gracias a la asamblea de Adepa, conocimos – de verdad- el hielo.


La contemplación de glaciares con superficies equivalentes o superiores a las ciudades en las que vivimos nos induce a replantearnos las escalas con las que acostumbramos a mensurar nuestra realidad. La experiencia patagónica modifica las ideas que teníamos sobre lo que es grande o pequeño, lejano o cercano, reciente o antiguo, frío o caliente. También ofrece una perspectiva distinta para evaluar nuestras obras, nuestros proyectos y nuestras diferencias.


En 1874, en el final de la presidencia de Sarmiento, se le encomendó a Francisco Pascacio Moreno, el perito Moreno, su primera expedición a la Patagonia. La primera de muchas en las que Moreno tuvo un papel central en el trazado de límites de la Argentina y Chile.


Sarmiento pensaba que el mal argentino era la extensión, el gran obstáculo para la cohesión del país.
Entre San Salvador de Jujuy, que fue sede de la asamblea de Adepa en 2014, y El Calafate hay 2.969 km en línea recta. 3.857 km por ruta. Distancia que supera con creces a la que separa a Oslo de Atenas, las capitales de Europa continental más lejanas entre sí de norte a sur. E incluso supera la distancia que separa a Lisboa de Kiev, las capitales más lejanas de Este a Oeste.


Adepa, desde sus inicios, desafió la extensión, procurando la integración de nuestro sector.


A principios de 1962, la prensa argentina era un archipiélago de diarios distribuidos a lo largo y ancho del territorio. La mayoría de los editores, aunque encabezaban medios que tenían en muchos casos más de medio siglo de existencia –y en algunos, casi un siglo- no se conocían entre sí. Se conocían los editores porteños y los de localidades próximas, manteniendo relaciones en general marcadas por el recelo.
17 editores de Capital Federal, Chubut, Santa Fe, Salta, Santiago del Estero, Córdoba, Misiones, Catamarca y la provincia de Buenos Aires se encontraron en la reunión anual de la Sociedad Interamericana de Prensa, que se celebró en Santiago de Chile, en octubre de 1962. Esos días tienen un aire de sombría familiaridad con lo que vivimos hoy. El día de inicio de la asamblea, el presidente Kennedy anunciaba por televisión que la Flota norteamericana bloquearía Cuba. La constatación de la presencia en la isla de misiles rusos que podían portar ojivas nucleares desató una crisis que, durante dos semanas, tuvo en vilo a la humanidad.


Dos días después del comienzo de la reunión de la SIP, los directivos de los medios argentinos reunidos en Chile firmaron un acta en la que se comprometían a constituir una asociación que defendiera las libertades de expresión y de prensa, velara por el cumplimiento de las normas éticas del periodismo, colaborara en el desarrollo de la prensa y estrechara vínculos entre editores y periodistas.


Pude leer las actas en las que se transcriben las deliberaciones de la asamblea de la SIP del 62. Encontré, entre otras cosas, que se le pidió a Diego Zamit, director de Crónica de Comodoro Rivadavia, que hablara en su calidad de representante del medio más austral de todos los que se encontraban en la asamblea.
Pero las actas no tienen referencias ligadas a los planes de la constitución de Adepa. Conjeturo que todo puede haber partido de una conversación regada con whisky. Del momento en el que esos editores que no se conocían y que vivían en localidades distantes dentro del extenso territorio argentino sintieron que podían ser otros. Que podían convertirse en miembros de una entidad con una fortaleza superior a la suma de sus partes.


Pensaron, probablemente, que los esperarían largos viajes de un extremo a otro para estrechar lazos. Que tendrían que sacar tiempo a sus familias y a sus trabajos para alcanzar sus objetivos. Que enfrentarían persecuciones y privaciones. Vislumbraron, seguramente, un ámbito abonado por ejercicios de camaradería. Mesas compartidas, jornadas de convivencia lejos de sus casas que ayudaran a limar asperezas, a acercar posiciones y, con el tiempo, a forjar relaciones profundas y un sentido de pertenencia.


En esa noche en la que la humanidad merodeaba la posibilidad de la extinción, esos 17 editores argentinos pensaron en el futuro. Confiaron en que la lucha por la posibilidad de expresarse con libertad era una de las mejores causas que se pueden abrazar. Aún en momentos extremos. Sobre todo, en momentos extremos.


Esos editores pergeñaron una organización que se convirtiera en la más representativa de la prensa en su país, y que fuera modelo a nivel global. Un espacio en el que coexistieran medios de escala, naturaleza y líneas editoriales muy distintas. Que transformara sus debilidades de origen en fortalezas. A la diversidad y la distancia en combustible para la adaptación. A las diferencias en pluralismo, en una marca genética. Concibieron una institución que contribuyera decididamente a la cohesión de la industria periodística, al vigor y la calidad de su periodismo, y que impulsara y defendiera, como ninguna otra en la Argentina, la libertad estratégica de la democracia.


En esa noche de octubre de 1962, del otro lado de la cordillera, esos editores imaginaron lo que Adepa es hoy.

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