Buenas noches. Como cada año, es un placer reencontrarnos en nuestra comida aniversario. ADEPA cumple 62 años de vida y es un orgullo para los editores de medios de todo el país que nos acompañen tantos amigas y amigos, referentes de los poderes institucionales, del ámbito académico, del sector empresario y de organizaciones con las que desde hace tanto tiempo venimos trabajando, codo a codo, en la defensa del periodismo y la libre expresión.


El mundo hoy nos invita a detenernos brevemente en el papel que cumplen medios y periodistas en las democracias occidentales. En ADEPA siempre sostuvimos que el periodismo es necesario para nutrir de información verificada y de opinión fundamentada el debate público. Para dotarlo de racionalidad a partir de hechos contrastados y de emisores que se hacen responsables de lo que dicen. Por eso entendemos que los medios profesionales, de toda escala, geografía y línea editorial, siguen siendo relevantes para el ejercicio cabal de nuestra ciudadanía.


Si miramos aquí cerca, nunca está de más recordar el papel que ha tenido la prensa en echar luz, investigar, explicar y jerarquizar algunos de los episodios más traumáticos que vivió la sociedad argentina. Corrupción extendida que derivó incluso en tragedias humanas prevenibles; deterioro educativo a niveles alarmantes; inflación primero escondida y luego descontrolada que erosionó sin tregua el poder adquisitivo; dramas sociales aberrantes, desde la trata de personas hasta la venta de niños… Y la lista puede prolongarse en extenso, sin atenuantes y sin excusas.


Este papel se extiende a muchas de las cuestiones que configuran la radiografía de un declive que arrastra décadas: desde el ahogo a la inversión privada hasta el deterioro de la infraestructura y las vulnerabilidades de un Estado que paulatinamente dejó de brindar servicios eficaces y eficientes, y que tampoco logró promover reglas de juego para el desarrollo de largo plazo. ¿No fueron muchas de estas realidades, reflejadas por el periodismo en toda su diversidad, por las que esa sociedad expresó su hastío? ¿No fue esa acumulación de desilusiones individuales, familiares, comunitarias, pero que nunca dejaron de encontrar eco en el periodismo, las que configuraron sus decisiones colectivas?


Hoy vivimos una suerte de narrativa global –alimentada entre otras razones por cierto chauvinismo tecnológico– que busca poner en entredicho el valor del periodismo y de los medios periodísticos. Algunos quieren instalar que quienes ganan elecciones en el mundo lo hacen a pesar de los medios. Y que esto mostraría su decadencia frente a las redes sociales, donde aparecen nuevas voces y donde supuestamente todos pueden expresarse en igualdad de condiciones. Pero la historia es pródiga en mostrar que los medios y los procesos electorales tienen dinámicas propias.


Sin más, en nuestro país, a fines del siglo 20 y principios de este, en dos procesos políticos de signo diferente, se oyó que la elección “se le había ganado a los medios” o que el triunfo político despejaba el camino frente a cualquier contrapeso.


La verdad es que se trata de dos planos diferentes y de dos elecciones diferentes: la sociedad elige a sus gobernantes por una multiplicidad de razones –como dijimos, personales e intransferibles– y en paralelo elige informarse con medios y periodistas con los que se identifica. Incluso los elige para que esos medios y periodistas puedan apoyar, señalar, cuestionar, controlar o simplemente aportar información propia sobre ese gobierno al que eligieron.


En definitiva, la política y el periodismo tienen papeles diferentes pero esenciales en la democracia. Y cuando decimos diferentes no decimos antitéticos sino complementarios. Es que aun cuando desde buena parte del periodismo se coincida en los males que nos han aquejado, o que incluso se valoren algunos de los caminos que se transitan para abordarlos: ¿Quiere decir eso que se deba militarlos como una religión o como un dogma? ¿Qué eso impide analizarlos con autonomía, marcando aciertos, pero también discrepancias? ¿Qué eso obtura que se expresen otras voces, con miradas y enfoques diferentes? ¿Qué no puedan abordarse situaciones, hechos o realidades que salgan de la agenda oficial, esa que aquí y en el mundo se instala legítimamente todos los días desde las oficinas gubernamentales?


Claro que no. De acuerdo a su legítima cosmovisión editorial, el periodismo puede estar más o menos cerca de un rumbo económico o de una política de gobierno. Pero no es el gobierno. Está para contar, para aportar datos, para “examinar” en palabras de Martin Baron, el legendario editor que recientemente visitó la Argentina. También para representar, en su diversidad, las distintas voces, miradas y demandas de la sociedad. Es -está llamado a ser- un insumo, un aporte que pueda ayudar a auditar mejor la gestión pública e incluso a abrir espacios de mejora para la misma. También sobran los ejemplos.


Lejos está este papel de erigirnos en jueces o fiscales del resto de los actores sociales. Lejos está de arrogarnos infalibilidad o clarividencia. Como en cualquier otra profesión, tenemos aciertos y errores. Hay buenas y malas praxis. Conductas destacables y reprochables. Por eso reivindicamos el rol del periodismo en la democracia, pero no hacemos defensas corporativas. Por eso creemos que es sano para el debate público que se eviten las generalizaciones agraviantes y las acusaciones sin pruebas, sobre todo cuando vienen desde el poder.


Tampoco nos sentimos cómodos en un clima de hipersensibilidad o de victimización. No es bueno para el periodismo, como para ninguna otra profesión, tener que usar el tiempo en ocuparse de sí mismo más que de su trabajo, que es reflejar y desentrañar una realidad tan compleja como la que vivimos en el mundo de hoy.


Seamos claros: así como cuestionamos y criticamos, medios y periodistas también podemos ser cuestionados y criticados. Lo que nos parece tóxico y puede ser intimidante –y por ende desestimular la libertad de expresión– es cuando la crítica se transforma en insulto, cuando el debate vibrante e intenso se convierte en un ataque ad-hominem o en un hostigamiento de milicias digitales.


En el mundo se repite hoy que frente a un supuesto monopolio de la prensa, las redes vinieron a democratizar la comunicación. Pero la gente siempre se movilizó más allá de la prensa. Cuando no había internet ni redes, las manifestaciones públicas, los reclamos sociales, las comunidades de intereses existían al margen de los medios masivos, que en todo caso debían dar cuenta de ellas. Y lo mismo sucedía con el voto, con las pasiones populares, con la religión, con el arte, con el deporte.


Por eso, lejos de verla como riesgo o amenaza, bienvenida sea la participación ciudadana en las redes y, por qué no, también la militancia en el ecosistema digital. Son más ventanas que se abren para el debate público, son más voces que aportan más datos, más puntos de vista, más creatividad y más ideas. Muchos de los socios de ADEPA, muchos de los medios y periodistas hoy presentes aquí nacieron en el ecosistema digital, generaron o trabajan en canales de streaming, son una combinación híbrida de influencers, blogueros y periodistas profesionales.


A nadie le preocupa demasiado los rótulos, es quizás una deformación de nuestra generación. Encuentran en estos formatos otras formas de llegar a las audiencias, sobre todo a las nuevas generaciones. Y eso es una buena noticia, porque muestra que la información, la opinión y el periodismo siguen siendo relevantes para los ciudadanos, sean estos baby boomers, generación X, millennials o centennials.


Y así como creemos en eso, también creemos que un debate virtuoso es bueno que se asuma con nombre y apellido, haciéndonos responsables de lo que decimos –algo que los medios reivindicamos desde siempre– y no a partir del anonimato o de un perfil falso.


También creemos que es posible discutir con pasión, desafiando incluso supuestos consensos dominantes o dogmas que parecían intocables, sin caer en la violencia digital.


Y, sobre todo, creemos que la tarea del periodismo –se ejerza en soportes analógicos, digitales o sociales– es necesaria porque está llamada a trascender el diálogo sordo entre tribus, a evitar el monólogo, la agenda cerrada, la emisión unidireccional de mensajes sin preguntas incómodas ni temas vedados.


Reivindicamos, pues, a los medios como estructuras en los que puedan convivir la voluntad y la pasión (que son tan legítimas y necesarias) con los estándares profesionales, con los criterios de validación y verificación, con la responsabilidad del editor, con los recursos para encarar una investigación y hacerse cargo de lo que se publica.


Es cierto que medios y periodistas tenemos una amplificación que muchos ciudadanos no tienen. Pero la tenemos no como un privilegio de sector, aunque alguno pueda confundirse. La tenemos por delegación de las audiencias en el ejercicio de esa función constitucional de facilitar el acceso a la información de la ciudadanía. Alguno podrá decir que esa delegación ya no hace falta, que ahora hay comunicación directa a través de las nuevas tecnologías. Creemos en cambio que el periodismo es tan necesario como siempre, o quizás más. No como una patente de corso para satisfacer pulsiones personales o intereses particulares. Sí porque tiene su razón de ser profesional en correr los velos de la opacidad, en llevar a la luz los temas de interés público, en favorecer un debate informado y argumentado.


La participación en las redes potenciará ese debate, ampliará la auditoría sobre nuestro trabajo, sumará nuevos insumos. Pero no anula al periodismo, e incluso puede ayudarlo a ser mejor. Debemos demostrar que somos el antídoto contra la desinformación, la simplificación, el maniqueísmo y la violencia.


En ADEPA creemos, como siempre y más que nunca, en el rol del periodismo en la democracia. Damos la bienvenida a los nuevos medios y en un punto nos entusiasma que nuestro trabajo siga generando tantas pasiones y debates fogosos. Estamos convencidos de que ocupamos un lugar constructivo para el futuro de la Argentina.


Esta noche hemos querido que otros actores de la sociedad sean los que den testimonio de nuestra razón de ser. De por qué el periodismo y los medios profesionales somos una herramienta para la sociedad civil y para la república. Desde el sector empresario, desde la academia o desde los derechos humanos, las personalidades a quienes reconoceremos hoy pueden dar fe de cómo el periodismo contribuyó a difundir sus posiciones, a poner en valor sus objetivos y sus luchas, a comunicar hechos e historias a veces reservadas a especialistas. La valorización de sus acciones, de los principios que defienden o de las cruzadas que emprendieron, fue también posible gracias al periodismo.