Paula Lugones es periodista y corresponsal de Clarín en el país norteamericano. Escribió el libro “Los Estados Unidos de Trump”, recientemente publicado, en donde intenta hallar explicaciones al triunfo electoral del magnate. A su vez, describe el país y el fenómeno que éste engendró que, a su parecer, “es mucho más complejo y diferente al que los argentinos conocen”. En esta entrevista con Adepa cuenta cuál es su visión de la administración estadounidense actual, cómo es la relación de los periodistas con la Casa Blanca y cómo la prensa comunicó sólo una faceta del entonces candidato a la presidencia.

¿Cómo fue el proceso de elaboración del libro, teniendo en cuenta que salió poco tiempo después de la elección de Trump?

Fue un proceso muy arduo porque comencé a escribir el libro después de las elecciones y tenía la necesidad de hacerlo pronto para que se pudiera comprender el fenómeno que había pasado poco antes y a la vez trazar líneas de la futura administración. Además, no me podía abocar completamente al libro porque debía continuar enviando mis despachos diarios como corresponsal de Clarín, en un momento en que el gobierno en Washington estaba en plena transición e incluso en los complejos primeros días de Donald Trump en la Casa Blanca. Pero contaba con ciertas ventajas: conozco mucho el país, cubro la política estadounidense desde hace más de 20 años y viajé durante la campaña a diversos lugares del interior donde recogí historias muy impresionantes y reveladoras. Tenía excelente material como para describir y analizar el fenómeno Trump desde el terreno, como pocos periodistas, incluso estadounidenses, habían hecho. Con mucho entusiasmo escribía todos los días 5 o 6 horas de madrugada, cuando el teléfono no suena y el aluvión de mails y mensajes es moderado.

Como especialista en Estados Unidos, ¿de alguna forma tenías información o conocimiento de que era posible su triunfo?

La gran mayoría de los encuestadores, los medios de Estados Unidos y el mundo se sorprendieron con la victoria de Trump. Pero para quienes recorrimos el país, sobre todo los estados que fueron clave para ganar la elección, no fue sorpresa. Ya se podía vislumbrar la desesperanza, la frustración, la bronca que reinaba en la América Profunda y que buscaba imperiosamente un cambio.

¿Cuáles son los principales ejes del libro?

El libro explica y analiza por qué ganó Donald Trump y describe el país que engendró ese fenómeno, que es mucho más complejo y diferente al que los argentinos conocen. No es un análisis de escritorio, sino que sale a la luz a través de varias decenas de historias y testimonios de trabajadores, sindicalistas, empresarios, funcionarios, jóvenes, jubilados y también expertos en distintas áreas. Además, el libro no solo se enfoca en el triunfo histórico del magnate: también traza perspectivas sobre qué caminos puede tomar su gobierno ya que se analizan sus primeros pasos en la Casa Blanca.

¿Qué explicaciones se pueden encontrar en el fenómeno Trump?

Si bien el país supuestamente pudo salir de la crisis del 2008 y los números macro son buenos (crecimiento sostenido, desocupación por debajo del 5%), no todos los ciudadanos sintieron los beneficios de la recuperación. La desigualdad ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas y el empleo, por el traslado de empresas al exterior y la automatización, se ha vuelto mucho más precario.

El sueño americano del progreso social y económico se ha perdido: los hijos ya no viven mejor que sus padres y hay una enorme frustración. Esto no sucede en los centros urbanos sino que es un fenómeno de las clases medias blancas de la “América Profunda”, aquellas que votaron masivamente por Trump. Allí muchos sienten que los inmigrantes les “roban” los empleos, que el país durante la gestión de Barack Obama ha dejado de lado a los “verdaderos estadounidenses” y favorecido a las minorías, que la religión ya no se respeta.

Ellos no podían tolerar a otra demócrata –y mucho menos a Hillary Clinton—en la Casa Blanca. Vieron en Trump a un antisistema que les prometía “Make America Great Again” (Volver a un Estados Unidos grande otra vez), a un pasado donde los hombres blancos trabajaban en las fábricas, mantenían dignamente a su familia y tenían el poder; las mujeres estaban en sus casas; los mineros vivían del carbón y no había regulaciones ambientales que cercenaran el empleo. Con frases simples y populistas, Trump conectó maravillosamente con ese electorado que Hillary llamó “canasta de deplorables”.

¿Crees que efectivamente se hace más difícil hacer periodismo con Trump como presidente?

El periodismo estadounidense tuvo etapas diversas con Trump. En las primarias los medios estaban fascinados con el personaje, que elevaba el rating al cielo y hacía crecer la circulación de los medios tradicionales y sus sitios web. Le dedicaban más del doble de tiempo y espacio que al resto de los candidatos. Pero cuando ganó la interna y se dieron cuenta de que tenía chances de llegar a la Casa Blanca comenzaron a criticarlo y a vapulearlo. Por supuesto que tenían miles de razones para hacerlo, dada la personalidad y los escándalos que protagonizó. Pero, a mi modo de ver, los medios no se enfocaron debidamente en explicar el fenómeno Trump. Se centraron solamente en atacar la faceta racista, misógina y xenófoba del candidato y no se trasladaron a la América profunda para hablar con la gente y ver lo que en realidad estaba sucediendo.

La llegada de Trump a la Casa Blanca planteó un enorme desafío para la prensa porque rompe todas las reglas. El presidente es propenso a instalar su propia agenda, sin filtro, a través de Twitter. Y muchas veces tuitea o dice cosas que son incomprobables o sencillamente mentiras. Eso es algo inédito para un presidente, pero es un estilo que ya venía desde la campaña: plantar temas, muchos de ellos increíblemente basados en noticias falsas, para desviar la atención o provocar debates. Un ejemplo fue la acusación de que Obama lo había mandado a espiar: no tuvo empacho en tuitear una denuncia de tremenda envergadura institucional, algo que fue desmentido inmediatamente por las agencias de inteligencia. La prensa se plantea: ¿Hay que considerar un tuit de Trump como una decisión de estado? ¿O es un pasatiempo presidencial? ¿Hay que dar cobertura a una declaración que es a todas luces falsa?

Los periodistas intentaban aclarar el tema con el vocero presidencial, Sean Spicer y le preguntaron si había que tomar en serio el Twitter de Trump. El respondió: “Por supuesto, salvo cuando Trump esté bromeando”. Ese es el clima inédito que se vive en Washington.

¿Cuál es su relación con los periodistas locales? ¿Y con los extranjeros?

La relación del presidente con los periodistas locales es muy tensa, sobre todo con la CNN, The New York Times y los medios más tradicionales –salvo la cadena conservadora Fox- a quienes Trump acusa permanentemente de ser “mentirosos” y “deshonestos”. Esto es algo insólito en este país, donde la libertad de expresión es un bien sagrado. A la vez les ha dado entidad –incluso lugar en la sala de prensa de la Casa Blanca- a sitios web vinculados a la ultraderecha como Breitbart y otros que le han servido para propalar noticias falsas. La relación con los periodistas extranjeros es más distante, ya que el presidente está enfocado mayormente en los temas locales.

El Departamento de Estado, que trata con los corresponsales y que solía tener una conferencia de prensa diaria para contestar sobre cualquier tema internacional, apenas ofrece comunicados y algunas declaraciones. Es difícil trabajar en este contexto pero a la vez se ve un clima de gran entusiasmo entre los periodistas. Sentimos que de alguna manera somos parte de un momento histórico y que, con rigor y las herramientas tradicionales del periodismo, debemos defender la libertad de expresión a toda costa.

¿Cuáles son las diferencias más marcadas de los Estados Unidos de Trump con los Estados Unidos de Obama?

El país de Obama, el primer presidente afroestadounidense de la historia de EE.UU., fue abierto al mundo, globalizado, multicultural, multilateral y diverso. Intentó retirarse de los conflictos (Irak, Afganistán), aunque no pudo frenar el avance del terrorismo en el exterior. Si bien no logró reducir la desigualdad, pudo estabilizar la economía. Logró que buena parte de los ciudadanos pudieran tener seguro médico, se legalizó el matrimonio entre el mismo sexo y en varios estados se liberó la marihuana para consumo personal. Se abogó, además, por la restricción al uso de armas. Esta realidad se vio plasmada en las grandes ciudades del país, pero sobre todo en las costas, donde los ciudadanos tienden a ser más progresistas.

Los Estados Unidos de Trump, en cambio, están mucho más cerca de las donas y de la comida chatarra que de los sofisticados caramel macchiato del Starbucks que se toman en Nueva York o Los Angeles. Es el reino de la clase media blanca, habitantes rurales o pequeñas ciudades del interior, que apenas han salido del estado. Es gente que ha terminado el secundario y no pensó en ir a la universidad: su ambición era trabajar en la fábrica más importante de la ciudad y poder mantener su casa, su auto, su familia. No aspiran a vacaciones en el exterior ni autos caros. Ellos ven que durante la administración de Obama el país fue girando hacia un lugar donde los blancos ya no ostentan el poder, donde está mal visto decir “Feliz Navidad” porque es sólo un enfoque cristiano, donde se regulan las fábricas del pueblo por cuestiones ambientales en las que no creen.

En el país de Trump aman las armas y consideran que salir a cazar juntos une a la familia, como ir a la Iglesia. Creen que los inmigrantes les roban el trabajo, que el casamiento solo debe ser entre un hombre y una mujer, que el Estado no debe meterse en sus vidas, que deben bajar los impuestos, que el calentamiento global no existe -o es una exageración de los científicos y los políticos- y que Dios está por sobre todas las cosas. Odian la globalización y a los organismos internacionales. Quieren un Ejército fuerte que pelee por causas que interesan a los Estados Unidos y no por solidaridad con cualquier país. Están hartos de los políticos tradicionales porque creen que los han llevado a la pérdida del Sueño Americano. Como se puede apreciar, hay un fuerte contraste entre los modelos.

¿Cuánto le influye al mundo, y a la Argentina en particular, el nuevo gobierno estadounidense?

El mundo está a la expectativa de cómo se desarrollará el nuevo gobierno de Trump. Como es un personaje impredecible, que dice y se desdice, muchos dudan de hasta qué punto cumplirá sus promesas de campaña. En el caso de China, por ejemplo, pasó de jurar que impondría aranceles de 40% a los productos importados chinos y que eliminaría la tradicional política de “Una china” a no hacer nada al respecto y tener relaciones cordiales con Beijing. En Israel tampoco queda claro si abandonará la solución de “dos Estados” para el conflicto israelí-palestino o si trasladará la capital a Jerusalén, como había prometido. Lo que sí por ahora se vislumbra es que será un país más proteccionista en lo comercial, menos multilateral y mucho más restrictivo en sus fronteras. En definitiva, un país más recluido en sí mismo.

América latina no es una prioridad para el gobierno de Trump, pero dentro de la zona, Argentina es visto como un aliado. En un contexto donde Brasil tiene turbulencias políticas y Venezuela solo le trae dolores de cabeza, Argentina aparece como una opción más estable y previsible para ser un referente regional.

Producción: Lucía Fortín