Gabriela Saidón es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñó como periodista en editorial Perfil, escribió para los diarios El País de Montevideo, Sur y El Cronista. Entre otros libros que produjo, se destaca la novela “Cautivas” en el que cuenta la historia de las cautivas correntinas que fueron secuestradas durante la guerra de la Triple Alianza. Recientemente escribió “La farsa”, que trata sobre los 48 días previos al golpe militar de 1976, y el escenario político presente durante este período.

 

¿Cuál fue el disparador que la llevó a investigar sobre este tema y escribir el libro?

Tiene varias respuestas. Por un lado el tema del ‘76 a mí me persigue bastante. Es un tema que creo que no está cerrado, que todavía tiene ángulos nuevos para encararlo y que es como una cicatriz muy profunda que tiene la Argentina, o mejor dicho, una herida abierta en la que a mí, particularmente me interesa ahondar. Profesionalmente y personalmente también, porque yo era una adolescente de 15 años en el ‘76 y creo que hay muchas cosas que no entendí en su momento y todavía estoy tratando de entender.

Y por otro lado, hubo un disparador concreto que fue una frase que pronunció Isabel Perón el 10 de marzo del ‘76, que fue: “Muchachos no me le chiflen a Mondelli”. Se refería al último Ministro de economía de su gestión, que fue Emilio Mondelli, que ya nadie recuerda, yo ni sabía que existía tampoco.

Pero al ver esa frase y al ver una foto muy ridícula, donde Isabel está en un acto en la CGT con Mondelli y otros personajes como Lorenzo Miguel y Casildo Herrera, todos en una situación como bastante ridícula y farsesca. De ahí también surgió la idea de la farsa. Qué farsa estaban representando esos personajes, en ese escenario de la CGT el 10 de marzo de 1976, fue la pregunta que me llevó después a entrar en zonas insospechadas y que no esperaba para nada encontrarme con las cosas que luego me encontré.

 

¿Hubo algún cambio en el foco inicial de la investigación?

Totalmente. Por eso, porque el 4 de febrero de 1976 que es el que encabeza esos 48 días, ese fragmento de historia que decido recortar, se fue poblando de otros personajes, documentos, frases, discursos, archivos de los diarios y entonces se corrió un poco el eje del proyecto inicial, que era qué había pasado con la economía argentina esos días. Un poco por esa cosa de Mondelli, de que aparecía ese personaje, a qué estuvo pasando con la política y con los políticos y quiénes fueron los que apoyaron el golpe. Porque me parece que hay un imaginario argentino que acepta que al golpe lo apoyaron los conservadores, los amigos de los militares y los amigos de Martínez De Hoz.

Y no es así. En el libro está muy bien documentado, además de que hay algunos documentos, a través de los diarios. La lectura muy en detalle de los diarios de esos 48 días hablan a las claras de quiénes estaban apoyando el golpe y te diría que todos los partidos políticos, salvo algunos partidos de izquierda como Política Obrera, el resto de los partidos políticos, desde los conservadores, los peronistas, radicales, el PC mismo, estaban golpeando las puertas de los cuarteles. Los “golpes sucesivos” se referían a los civiles que golpeaban las puertas de los cuarteles y les pedían intervención a las fuerzas armadas en la política argentina.

 

¿Cuáles son, a su entender, las principales revelaciones de este libro?

Por orden de lo que más me sorprendió: Una fue Ricardo Balbín, el líder de la Unión Cívica Radical, que en un discurso que dio por cadena nacional el 16 de marzo de 1976 -que es raro que un líder de la oposición diera un discurso por cadena nacional, en general la cadena nacional está reservada a los presidentes- le dieron el micrófono para que invitara, porque la palabra invitación está en ese discurso, a los militares a golpear, a dar el golpe. Lo dice metafóricamente a través de unos supuestos últimos cinco minutos que le quedan al gobierno y con algunas negaciones suaves. Pero, en realidad, elogia muchísimo a las Fuerzas Armadas que ya estaban matando gente en ese momento antes del golpe.

Por otro lado, la cantidad de muertos, desaparecidos, torturados y perseguidos que hubo durante ese lapso previo al golpe, lo que me hizo llegar a conclusión de que había realmente unos preparativos muy digitados y muy calculados en la previa al golpe. Que no fueron unos militares que aparecieron en un caballo de Troya que desembarcaron y decidieron golpear sino que ahí, además del Plan Cóndor -que vino digitado desde Estados Unidos en toda América Latina y Argentina fue parte de ese Plan también- cómo los actores nacionales actuaron casi en un sentido teatral para decir que no querían el golpe y estar buscándolo por otro lado.

Y después Perón. Lo que me surgió a mí a través de esta investigación es que hay un imaginario de que hay varios Perones en la historia nacional. Que hay un Perón de izquierda en los ‘70, que primero apoyó a los montoneros y después se les da vuelta y viene a pacificar el país. Yo digo que la palabra “pacificar” ahí tiene otra connotación, que es en realidad disciplinar, no solo a la guerrilla que era una realidad que la guerrilla estaba tratando de imponer el modelo marxista en América Latina. Los líderes de montoneros y ERP también querían el golpe. Perón vino a la Argentina, el famoso retorno fue, no para beneficiar a las masas, sino para disciplinar. Y disciplinar quiere decir crear la Tripe A. Perón creó la Triple A, no López Rega, y Perón fue el que entregó un gobierno civil a los militares a través de Isabel Perón. Esa sería la hipótesis fuerte del libro. También lo descubrí en la investigación.

 

¿Usted quiere decir que era intención de Perón entregar el gobierno a los militares?

Creo que es complejo porque Perón quería quedarse él en el poder. El argumento que se suele utilizar es que Perón estaba viejo y se iba a morir pero yo digo que nadie se quiere morir. Que Perón estaba enfermo pero no tenía planes de morirse. Pero que sí, elegir a Isabel Perón de vicepresidenta y no a ninguna otra persona en esa fórmula “Perón-Perón”, que ganó con el 62% de los votos en 1973, fue una manera sí de “si yo no estoy el gobierno, queda en manos de los militares y de ningún otro”. En manos de unos colegas de él, ¿no? Porque Perón era militar, aunque él no se los bancaba porque las internas militares son otro tema complejo.

Y otra cosa que descubrí es que Isabel Perón, que yo también y creo que si hiciéramos una encuesta, el 80 o 90% de los argentinos que la recuerdan, se acuerdan solo de una frase de ella que era: “No me atosiguéis” – muy española, cuando vino en el ‘89 – y que era una especie de tonta y punto. Y lo que descubrí en el libro es que, al margen de ese lugar común, no es tan así. Ella fue una persona adulta y consciente, que firmó sentencias de muerte, el decreto 261 que habilitó el Operativo Independencia, con el cual las Fuerzas Armadas empezaron a actuar en la represión ya en 1975.

 

¿Qué repercusiones tuvo el libro?

Bastantes, sobre todo en las radios, Internet, Facebook y Twitter. Hubo una presentación del libro a la que fue bastante gente, y donde no faltó la polémica. El libro está en las librerías, hicieron varias notas también en diarios del interior y Télam. Tuvo repercusión, aunque es un tema incómodo, es un libro muy incómodo. Porque decir que los militares hicieron el golpe, ya sabemos lo que son, lo que fueron y lo que merecen. Pero hablar de civiles, ya se empieza a empastar un poquito al decir en qué lugar estuvieron determinados civiles en ese momento. Después también hay un último capítulo del libro donde también se discuten un poco ciertas posiciones. Y en eso me parece que el libro es tan políticamente incorrecto que es de difícil lectura por muchos sectores. Y es que, concretamente, el juez Ricardo Gil Lavedra y el fiscal Julio Strassera, que ya murió, no quisieron enjuiciar a Isabel Perón y los motivos por los cuales no quisieron enjuiciarla, que son cuestiones más políticas que jurídicas. Entonces me parece que ahí entra a tallar un tema que es el vínculo entre la justicia y la política y que es la no independencia del poder judicial que también incomoda, ¿no?.